El rompecabezas de Jerusalén
Netanyahu convierte la denuncia de un supuesto acuerdo secreto entre Peres y Arafat en su último cartucho electoral
. Benjamín Netanyahu insiste: Simón Peres ha pactado secretamente con Arafat la división de Jerusalén y la entrega a los palestinos de su mitad oriental. En el debate televisivo que el domingo sostuvieron los dos candidatos al puesto de primer ministro, Bibi (así es llamado el líder del derechista Likud) volvió a esgrimir ese supuesto acuerdo secreto como el argumento supremo para que los israelíes no voten al candidato laborista. Y Peres reiteró por enésima vez que Jerusalén seguirá siendo "la capital unida, eterna e indivisible" de Israel. Pero más allá del uso electoralista de la Ciudad Santa, existe un hecho: ha llegado el momento de que israelíes y palestinos negocien su futuro.Está escrito: conforme a la Declaración de Principios suscrita en 1993 en Oslo por Israel, y la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), los palestinos están autorizados a abrir el debate sobre Jerusalén en la fase final de las negociaciones de paz, la que comienza ahora. Y ya lo están haciendo. Faisal al Husseini, representante de Arafat para estos asuntos, declaró el pasado jueves: "De acuerdo con la resolución 242 de la ONU, que exige la retirada israelí de los territorios ocupados en 1967, la ANP debe hacerse cargo de la mitad oriental de Jerusalén para convertirla en la capital de su futuro Estado".
Por razones simbólicas -se trata de Al Quds, la ciudad sagrada de los cristianos y musulmanes palestinos-, humanas -Jerusalén es la ciudad con más habitantes árabes de Tierra Santa- y económicas -ninguna entidad nacional palestina sería viable sin los recursos de Jerusalén-, Arafat no puede renunciar a poner un pie en Jerusalén.
Ahora bien, la declaración de Oslo no compromete a Israel a aceptar ningún cambio en la situación de Jerusalén. Los palestinos pueden exponer sus tesis, pero Israel también puede limitarse a escucharlas y archivarlas. Es, de hecho, lo que, según afirma Peres, piensa hacer el Estado hebreo. En el debate del domingo, Peres calificó de "sueño" las pretensiones de Arafat de instalar su capital en Jerusalén y de "lavado de cerebro a la soviética" las acusaciones de Netanyahu sobre un supuesto acuerdo secreto con la OLP para dividir la Ciudad Santa.
"No, señor Peres", replicó Bibi, "da igual lo que usted diga aquí y ahora; sobre el terreno ya está dividiendo Jerusalén". Y citó la presencia en la mitad oriental de la ciudad de The New Orient House, el palacete de estilo otomano convertido en sede oficiosa de la OLP -allí trabajan Al Husseini y su equipo- y la concesión del derecho de voto a los vecinos árabes de Jerusalén en las elecciones palestinas del pasado enero.
Cada noche, el Likud difunde en su propaganda electoral televisiva la "prueba" de ese "acuerdo secreto" que, junto a la denuncia de la inseguridad en que viven los israelíes, se ha convertido en su gran baza electoral: Arafat se dirige, el pasado diciembre, a miles de palestinos concentrados en Nablús y les promete que tendrán su capital en "la sagrada Jerusalén".
Las aspiraciones nacionales de judíos y palestinos convierten a Jerusalén en uno de los más irresolubles quebraderos de cabeza de nuestro tiempo. Hasta tal punto que las Naciones Unidas, en su plan de partición de Palestina en dos Estados, uno judío y otro árabe, propuso en 1947 que Jerusalén se convirtiera en una "entidad separada", una ciudad bajo administración internacional.
Esa idea fue barrida por la primera guerra entre los israelíes y los árabes, la que siguió a la proclamación del Estado de Israel en mayo de 1948. En el momento del alto el fuego de abril de 1949, la ciudad estaba dividida en dos: el sector occidental, en manos israelíes; el oriental, incluyendo la vieja ciudad amurallada, en las del Reino Hachemí de Jordania.
Los israelíes guardan un amargo recuerdo de los 19 años de partición en los que no pudieron visitar el Muro de las Lamentaciones por quedar éste dentro del recinto amurallado de la ciudad vieja. Ese sentimiento, compartido por laicos y religiosos, es lo que hizo tan gozosos aquellos días de junio de 1967 en los que los soldados israelíes encabezados por Isaac Rabin arrebataron a los jordanos la ciudad vieja y los barrios orientales. Y el que hoy hace que la idea de volver a dividir la ciudad sea inaceptable para la mayoría.
Tras la guerra de los seis días, Israel anexionó la totalidad de la Ciudad Santa y los suburbios y aldeas adyacentes, algo que nunca ha hecho con los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania. En 1980, gobernando el Likud de Menájem Beguin, la Kneset remachó la anexión al aprobar una ley fundamental que establece que toda Jerusalén es la "capital unida, eterna e indivisible" de Israel. El Consejo de Seguridad y la Asamblea General de la ONU declararon nula esa ley.
Merced a una intensa política de establecimiento de judíos en la Ciudad Santa, éstos representan hoy el 72% de sus 550.000 habitantes, siendo árabe el 28% restante. Desde 1993, los judíos son también mayoritarios en el sector oriental: 160.000 frente a 155.000. Los árabes ya sólo son la principal comunidad en la ciudad vieja, la que guarda el Muro de las Lamentaciones, la mezquita del Domo y el Santo Sepulcro.
No faltan, sin embargo, soluciones al problema. Algunos israelíes y palestinos llevan años buscando fórmulas que, sin levantar muros o líneas verdes, permitan satisfacer las aspiraciones de los dos pueblos. La propuesta más generosa y utópica es la del violinista Yehudi Menuhim, que propone una federación o confederación israelo-palestina en la que Jerusalén sea la capital común, "como Berna es la capital de la Suiza alemana y la Suiza francesa". Más pegada a la realidad es la idea del Centro Israelo-palestino para la Investigación y la Información (IP-CRI), un grupo de reflexión mixto, que propone un estatuto especial para Jerusalén, con un Ayuntamiento único o dos ayuntamientos mancomunados. Israelíes y palestinos tendrían sus respectivas instituciones nacionales en cada uno de los dos sectores de una ciudad unida desde el punto de vista municipal.
Arafat cita también el ejemplo de Roma, una ciudad que es capital de dos Estados, Italia y la Santa Sede. La Ciudad del Vaticano, recuerda, es un área específica de Roma que se beneficia de un estatuto de extraterritorialidad en relación a Italia desde los acuerdos de 1929. ¿No podría hacerse lo mismo con una porción de Jerusalén convertida en la capital del Estado palestino?
Esa idea se abre camino en medio de la izquierda israelí. Hace años, el escritor Amos Oz propuso que los palestinos crearan en una de las colinas que rodean la ciudad un campus universitario, le llamaran Al Quds y proclamaran allí su capital. Sin necesidad de llegar a ello, consejeros de Peres creen posible delimitar un territorio en Jerusalén oriental que pudiera convertirse en la capital de un eventual Estado palestino. Se trataría de que Arafat se quedara con algunos suburbios y aldeas nororientales árabes de Jerusalén -Sheij Jarrah, Azaría, Shuafat o Bet Hanina- y los denominara Al Quds. La ciudad vieja y todo lo demás quedaría en manos israelíes.
Por una sabia precaución de los parlamentarios, la ley fundamental adoptada en 1980 no precisó los límites geográficos del "Jerusalén unido" convertido en "capital eterna e indivisible" de Israel.
Y en 1990, Peres, defendiéndose de un ataque del Likud, hizo la siguiente declaración: "Jerusalén, la capital de Israel, en los límites de cididos por el Gobierno de Israel, seguirá siendo una ciudad unida donde prevalecerá la ley israelí".
"En los límites decididos por el Gobierno de Israel". Ese es el ¡ábrete, Sésamo! del problema de Jerusalén. Ni Peres ni ningún laborista lo puede mencionar. Las negociaciones sobre la Ciudad Santa tendrán que esperar a lo que ocurra mañana. E incluso en caso de victoria de Peres será casi milagroso lleguen a buen puerto.
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