Liberia, fincas privadas y bandidos
Con alarmante frecuencia, el continente africano nos muestra enfrentamientos desgarradores en los que se repiten un conjunto de pautas. Liberia es el último ejemplo de este tipo de conflictos, caracterizados por la ausencia de autoridad estatal y la multiplicación de bandas rivales, siempre bien armadas, y dedicadas al pillaje, el asesinato y la destrucción. Lo que pudo haber sido una guerra de liberación se ha convertido en un simple carnaval de sangre.Para cualquier analista internacional empeñado en entender lo que ocurre en este desgraciado país, la tentación de claudicar es siempre grande, tanto por la complejidad de las cosas como por la tremenda ferocidad e inhumanidad que muestran los protagonistas. Pero a menos que creamos en la maldad intrínseca de los seres humanos, es necesario superar esta tentación y ver qué cosas han influido para dar origen a comportamientos tan sumamente bárbaros.
Liberia, como tantos países africanos, no es ni ha sido nunca una democracia a la usanza europea, aunque haya sido el primer país en lograr la independencia, y con un presidente negro. Desde 1926 hasta muy recientemente, el poder ha estado en manos de una compañía multinacional del caucho, la Firestone, a la que se le cedieron nada menos que 400.000 hectáreas de territorio, y por el plazo de un siglo. La Firestone ha sido un Estado dentro de un Estado, y sus empleos, escuelas y hospitales han sido durante décadas la principal infraestructura del país. Este tutelaje colonial acaba siempre teniendo un precio.
Aunque ahora nadie lo recuerde, durante la década de los ochenta, este pequeño país que antes de la guerra sólo tenía 2,5 millones de habitantes fue el principal receptor de ayuda norteamericana en el Africa subsahariana, con más de 500 millones de dólares entre 1980 y 1988, y recibió otros 100 millones en el quinquenio 1990-1994. Los intereses norteamericanos en Liberia incluían un importante aparato militar y de inteligencia. Ahora, sin guerra fría, Liberia ha dejado de tener un interés estratégico. La finca privada ya no vale para el amo, y es dejada en manos de las bandas que apetecen el poder, aunque sólo acaben consiguiendo el poder de los cementerios.
En la brutal y sanguinaria lucha de Charles Taylor contra los grupos de la etnia krahn, los intereses internacionales divergentes también tienen su espacio. Taylor recibe apoyo y armas de algunos países francófonos, como Costa de Marfil y Burkina Faso, mientras que los krahn y las ex fuerzas armadas del asesinado dictador Samuel Doe han recibido apoyo de Nigeria y de Sierra Leona.
Como en Somalia, en Liberia hemos visto de nuevo las imágenes de lo que es capaz el hombre cuando no tiene freno, ideología, creencias, corazón o piedad. Y cuando digo hombre me refiero al género masculino, al reiteradamente protagonista de la barbarie y la crueldad, a ese ser débil que aún necesita del fusil para sentirse poderoso.
En Liberia también han intervenido fuerzas multinacionales, nigerianas en su mayoría, los llamados cascos blancos de ECOMOG, un fracasado experimento de africanizar cascos azules. En su informe del año 1995, Amnistía Intemacional los acusaba de vender armas y munición a varios grupos, y en un libro sobre los escenarios de crisis, Médicos Sin Fronteras (MSF) denunciaba que ECOMOG había estado "implicado en la reanudación de los combates, adoptando una actitud ofensiva que se caracteriza por el saqueo de las ciudades costeras desde barcos de guerra y por numerosos ataques aéreos contra el territorio ocupado por las fuerzas de Taylor". Por si fuera poco, las instalaciones hospitalarias fueron bombardeadas repetidas veces, y los convoyes humanitarios de MSF, claramente identificados como tales, fueron atacados por la aviación nigeriana.
En Liberia, como en Somalia, en Ruanda y en Bosnia, los grupos armados han violado a miles de mujeres, han reclutado a la fuerza a miles de niños y han utilizado emisoras de radio para alentar el odio étnico y religioso. En el llamado "suicidio nacional" de Liberia intervienen también jóvenes de los barrios más pobres de los países vecinos, especialmente de Nigeria y de Costa de Marfil, que acuden en busca de la aventura de la sangre. Tienen un escenario donde practicar la pornografía de la violencia que tan bien exportamos a través de nuestras películas dé sexo barato y. violencia gratuita. En los países donde no hay Estado, bienestar, proyectos de futuro y referencias sociales, muchos jóvenes se alimentan ahora de esta moda destructiva que tan buenos beneficios da al cine y a la música rock.
Pero cuando hay víctimas, siempre hay culpables. En Liberia, las mujeres, los niños y muchos hombres honestos sufren o mueren por una acumulación de desgracias de nuestro tiempo: fincas privadas nueva no interesan, apoyo a dictadores, armas que circulan con absoluta impunidad, intereses regionales oscuros, jóvenes que sustituyen el cerebro por el fusil, corrupción y abandono... Son signos que se repiten con crudeza en Africa, y que muchas veces lllevan marcas de fabricación externa. En África, las heridas del colonialismo son todavía muy profundas, demasiado como para cicatrizarlas con algunos créditos y la atención de las ONG. En Africa, no lo olvidemos, hubo un gran atropello histórico. La reparación ha de ser también histórica y merece una atención urgente y global.
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