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Reportaje:

Estampas de una de las guerras más crueles

Los grupos enfrentados en Liberia compiten en absurdas atrocidades

Alfonso Armada

ENVIADO ESPECIALLa muchedumbre se apartaba a su paso, entre gritos de admiración, risas de placer cómplice y gestos de horror. El guerrillero krahn caminaba como un antropoide por una calle del antiguo Campamento Barclay de Instrucción Militar (BTC), en el centro de Monrovia. Ebrio por su hazaña, el guerrillero disfrutaba de ese momento en que había conseguido ser el centro de todas las miradas. Las piernas desnudas y el largo pene envuelto en una suerte de bufanda de lana rojiblanca. Chaleco de combate y gorra de béisbol. El fusil terciado y, en una mano, la mano recién cortada de su enemigo, con los tendones brillantes de la sangre que todavía goteaba. Era la mano recién amputada de un prisionero. Miraba con ojos desafiantes, ojos pequeños de alguien capaz de sacarle partido a la crueldad y la muerte. En un supremo y último gesto teatral, el miliciano se llevo la mano inerte a la boca y mordió un dedo. La mano le colgaba de la cara como un nuevo atributo. Así podía posar mejor, como para demostrar de qué había sido capaz y que podría volver a serlo. Posaba para que nadie dudara de qué pasta humana estaba hecho. Corría febril de un lado a otro, como buscando nuevos ángulos y nuevos espectadores, que se apartaban a su paso con temor a que la mano muerta les rozara la cara o una gota de sangre tibia les marcara.

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Estampas atroces de una de las guerras más crueles. El héroe era un guerrillero de la etnia krahn, sitiado junto a su gente en el BTC desde el pasado 6 de abril, en que las fuerzas del principal señor de la guerra liberiano, Charles Taylor -el que tras desencadenar en 1989 la guerra contra el dictador Samuel Doe busca hacerse con todo el poder en un país astillado-, intentó detener al lider krahn Roosevelt Johnson. El BTC recibió desde las primeras luces del alba de ayer el hostigamiento de las tropas de Taylor. Tres morteros provocaron cuatro muertos, entre ellos una mujer embarazada, y siete heridos. Cifras que apenas dan cuenta del horror y del absurdo que se vive cada día en las calles de Monrovia. Tres supuestos hombres de Taylor fueron capturados ayer por los krahn. Uno perdió la mano y seguramente el resto de la vida. Otro era llevado en una furgoneta descubierta, fuertemente escoltado, con las manos atadas a la espalda y la mirada perdida de los que saben que van a morir.

Apenas una hora antes, al otro lado de las líneas de defensa krahn -tierra de nadie, calles fantasmales. llenas de cascotes, escombros, cartas, cartuchos cristales y restos de cadáveres carcomidos por los perros, por las que en las horas de calma los civiles salen en busca de leña y comida-, uno de los grupos de la guerrilla de Taylor, por llamarla de alguna manera, hizo su exhibición de fuerza. Era la gasolinera de la esquina entre las calles de Newport y la avenida de Seku Turé. Niños de entre ocho y nueve años empezaron desafiando a los krahn con poses toreras o bailando en el medio de la calle. Uno de ellos vestía una falda estrafalaria y apuntaba al enemigo con una taladradora de plástico, otros llevaron hasta el centro una caja de refrescos y comenzaron a lanzarlos con escasa fuerza y menor puntería. Apareció un tercer muchacho con un. cuadro gigantesco: estaba pintado al óleo y representaba La última cena. Fue entonces cuando un general de menos de 20 años, con la cara llena de pecas, guerrera, radiotransmisor y chancletas, salió del chamizo donde descansaba seguido de unos cuantos secuaces. Se apostó en la esquina, apuntó al extremo de la calle y disparó una granada anticarro. El trueno despertó a todos los durmientes de Monrovia.

El festejo fue general. Tiroteo a granel -muchos de los fusiles apuntando directamente al asfalto _, réplicas y contrarréplicas, balas silbando en todas direcciones, el del cuadro bíblico desafiando al peligro como un penitente en medio de la calle, y a su alrededor niños que cantaban y bailaban ante la exhibición de fuerza de su líder, el general pecoso. Así transcurre la batalla de Monrovia, capital de una Liberia sin futuro, mientras las fuerzas de pacificación nigerianas permanecen en sus puestos de observación sin intervenir mas que para detener a unos cuantos saqueadores y hacerse cargo del botín.

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