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Esplendores de la libertad

Lo único que no se puede hacer con el poder es no usarlo, solía repetir el vicepresidente Fernando Abril Martorell en los tiempos de la añorada UCD. Tiempos añorados de esplendor de las libertades, según pontificaba Luis María Ansón en el debate de TVE-2 la noche del pasado jueves. Claro que tampoco entonces era oro todo lo que relucía. Recordemos, por ejemplo, aquella insólita cadena de Prensa y Radio del Movimiento y del Verticalismo, con más de 50 cabeceras y más de 100 emisoras diseminadas por todo el territorio al servicio de la Revolución Nacional Sindicalista -siempre pendiente-, que fue mantenida en pie mediante el sencillo cambio de etiqueta. Así, los llamados desde entonces Medios de Comunicación Social del Estado quedaron al abrigo de los Presupuestos Generales del Estado y sus periodistas, tantos años al servicio de la propaganda de la dictadura, pasaron a ser homologados como funcionarios con derechos indelebles de la incipiente democracia.Es sabido que muchos de los más activos columnistas del sindicato -término cuya sola mención evaporó el jueves la flema del rostro y del discurso de Ansón y accionó los resortes de su encendida solidaridad de compañero fotográfico en los predios de Marbella- hicieron sus primeras y meritorias armas bajo el yugo, las flechas y otros emblemas verticales. A su sombra se practicaba como un de porte bien remunerado tanto la exaltación del dictador como la calumnia a don Juan -"el rayán y la borracha", era la denominación que reservaban los redactores apostados en la redacción de la calle Larra a los Condes de Barcelona- sin que fuera posible una carta de réplica de los injuriados.

Pero detrás de estas actitudes había toda una doctrina. Para confirmarlo basta recordar lo que escribió a Joaquín Satrústegui -que se quejaba de su indefensión ante las descalificaciones y tergiversaciones propinadas en la prensa mientras se encontraba deportado en Fuerteventura por participar en el IV Congreso del Movimiento Europeo, celebrado en Múnich a comienzos de 1962-, una de las luminarias intelectuales del régimen franquista de esos momentos. Decía el aludido polemista: "Tu tesis de que no se debe criticar en un periódico una posición política, si los que la postulan no pueden defenderla en periódicos del mismo país, no sólo es gratuita e indemostrable, sino que es falsa y está permanentemente desmentida por los hechos". Y, en su apoyo, aducía a continuación: "En la prensa vaticana se critica frecuentemente la negación del derecho de propiedad, el laicismo, la lucha de clases, etcétera, sin que ninguno de los propugnadores de estas ideas pueda replicar en el mismo ámbito". Enseguida traía otro ejemplo, más cercano: "La Iglesia española, a través de todos los medios de información, hace lo mismo en nuestro país. Y en tiempos de la monarquía constitucional había una serie de puntos políticos, como la república, que podían ser atacados, pero no defendidos". Entonces, cargada de razón, la insigne pluma retaba, valerosa, a su adversario deportado por ver si se atrevía al desafío en estos términos: "¿Condenarías en bloque al Vaticano, a nuestra jerarquía eclesiástica y a la Constitución de 1876?".

Ahora, el propio Pedro Altares olvida injustamente quién alquiló para Franco el Dragón Rapide y se reescriben con el Generalísimo muerto improvisadas biografías de antifranquistas para lucimiento lucrativo de algunos de sus colaboradores y beneficiarios a quienes nadie ha importunado y que se han envalentonado hasta considerarse con derecho a expedir credenciales de demócratas a los demás. Pero, volviendo a los esplendores de la libertad en tiempos de la nunca bien ponderada UCD, conviene recordar, por ejemplo, cómo se mantenían en actividad los tribunales militares frente a la prensa. Un buen amigo mío, que dirigió Diario 16 algo más de tres años y nunca ha querido posar de Teresita Newman mostrando sus llagas, contaba hace años en privado cómo se le incoaron varios consejos de guerra por informaciones publicadas en el periódico. Por ejemplo, a propósito de una noticia en la que daba cuenta de la intentona militar abortada en Madrid en enero de 1980 y saldada con la destitución del general Torres Rojas como jefe de la División Acorazada número 1 y su envío al oscuro Gobierno Militar de La Coruña. (¿Continuará?).

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