Homenaje a Bruckner y Celibidache
El próximo 11 de octubre se cumplirá un siglo de la muerte en Viena de Anton Bruckner y para conmemorar la efeméride, Ibermúsica clausura su curso con dos programas dedicados al gran austriaco. Vino nuevamente la Filarmónica de Múnich, esto es, la orquesta de Celibidache, quien debía haberla dirigido en Madrid, mas la salud del maestro rumano no pasa por buen momento y entonces Zubin Mehta se hizo cargo de los conciertos para darnos un Bruckner vivo y apasionante en una suerte de homenaje a Celibidache en el que muchos le acompañábamos.Mehta es músico por naturaleza y posee unos medios de comunicación con la orquesta y con el público de tanta eficacia como nobleza. Anteanoche, con esta Filarmónica ensayada durante años por Celebidache, supo darnos su propia versión de la Novena sinfonía, prodigio artesanal tan grande que nos exime de evocar creencias religiosas, soledades y demás datos biográficos del hombre para quedarnos frente al artista.n su última sinfonía, históricamente incompleta y estéticamente completísima, igual que la Schubert, Bruckner parece evocar su pasado, desde Schubert a Wagner pasando por sus propios temas en un inmenso tríptico que va de lo majestuoso y catedralicio hasta lo más íntimamente lírico: ese largo y accidentado cantar del adagio final indicado como solemne (feierlich).
Orquesta Filarmónica de Múnich
Ciclo Orquestas del Mundo (Ibermúsica / Caja de Madrid). Orquesta Filarmónica de Múnich. Director: Zubin Mehta. Novena sinfonía de Bruckner. Auditorio Nacional. Madrid, 19 de mayo.
Sin violencia
Es el prolongado adiós a su existencia y a su tiempo y la exaltación más depurada de unos valores musicales sentidos, ideados y genialmente elaborados. Antes, el músico de Ansfelden, el organista de San Florián, el viajero a Bayreuth -en donde toca el órgano durante los funerales de Liszt-, el amador de Beethoven y Schubert, nos da el último capítulo en la historia del scherzo: cuánto camino recorrido desde Beethoven y Mendelssohn hasta este scherzo bruckneriano potente y sin violencia. La fuerza musical de Bruckner reside en la sustancia de la que emana todo lo demás; nunca, y menos en la Novena, la elocuencia es vana y la retórica artificiosa. Estamos en todo momento cara a cara con la verdad de un mundo que cruza de un siglo a otro a través de un puente de crisis.Exponer esta música energética que reduce lo complejo a simplicidad, me parece que fue el gran acierto de Mehta si lo unimos a otro: transmitir la humanidad intemporal, la eternidad del mensaje, desde unos conceptos puestos al servicio de la función afectiva. Así, la Novena llegó a todos, impuso ese silencio especial, que parece escucharse, propio de los grandes acontecimientos y al final demoró el momento de los aplausos, ese tableteo que contrasto con el último y concentrado ardor expresivo, pero que, a fin de cuentas, es la manera de adhesión a la labor de un artista que dirige a otros cien artistas: los que han hecho de la Filarmónica de Múnich una de las primeras orquestas de Alemania, especialmente como intérpretes de Bruckner, Mahler y Strauss.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.