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Caos humanitario y grave riesgo de una epidemia de cólera en Monrovia

Alfonso Armada

ENVIADO ESPECIAL, El caos humanitario se agrava de día en día en Monrovia, con casos de cólera crecientes en una ciudad sin agua corriente ni electricidad en la que nadie parece capaz de imponer la ley. Si Liberia ha dejado de existir como Estado, fragmentada en mil nuevas fronteras trazadas por grupos étnicos que, con frecuencia, son bandas de asesinos sin policía, escuelas, hospitales ni jueces, Monrovia, que ha pasado de 300.000 a casi un millón de habitantes en unos meses, es la estampa de la destrucción y el horror.

Monrovia es el retrato de un país roto. La ciudad está hecha añicos, sin tráfico privado ni transporte público, bloqueada por los combates entre las facciones de niños y jóvenes armados hasta los dientes que han llevado a la capital la ferocidad que hasta el 6 de abril pasado había respetado una villa hermosa y floreciente, levantada entre el estuario del río Mesurado y el mar.Para llegar a cualquier sitio, en Monrovia hay que andar. El sol cae a plomo y en cada esquina hay que negociar el paso franco con un general de 15 años, un casco que le fríe el cerebro, un Kaláshnikov terciado, camiseta desgarrada, chancletas, mirada desafiante y, a veces, peluca. Para llegar al puerto hay que recorrer cinco kilómetros y cruzar el Old Bridge (Puente Viejo), largo y expuesto a los francotiradores, ante el que siempre hay gritos y peleas, amenazas de muerte, tráficos oscuros entre los guerrilleros y los soldados nigerianos de la Ecomog (la fuerza de paz interafricana) y algún disparo perdido.

Clínica de guerra

En unos barracones del puerto se levanta el Swedrelief Hospital (Hospital Sueco de Emergencia), abierto de forma provisional como clínica de guerra, en 1991, ante el recrudecimiento de la guerra civil, y que la mala racha de la de Liberia ha mantenido en pie. A sus 31 años, el enfermero Mike Gaye tiene su propia teoría sobre la destrucción de Monrovia y sus culpables, pero prefiere callar y "mantener la neutralidad" porque teme "sufrir represalias".Silvia Terès, una barcelonesa que ayer cumplió 30 años en Monrovia, es la única española de Médicos Sin Fronteras (MSF) que ha vuelto a la capital liberiana. Sólo MSF ha perdido 50 vehículos en el saqueo y destrucción de Monrovia, y ahora todas las secciones de esta organización han decidido cambiar su trabajo a largo plazo -"en el que se incluía trasladar este precario hospital del puerto a un edificio saneado y permanente", dice Terès- y dedicarse a tareas de emergencia: "No nos podemos ir del todo porque las necesidades son inmensas. La posibilidad de una epidemia de cólera es real, ya que la enfermedad es endémica en Liberia, y cuando llega el periodo de lluvias y sube el nivel de las aguas, las infecciones son constantes".

Ante la violencia generalizada que prendió en Monrovia el 6 de abril, todas las organizaciones no gubernamentales, incluida la Cruz Roja Internacional, abandonaron el país. El regreso está siendo lento y calculado. Las pérdidas han sido descomunales. Pero lo peor no ha llegado para Liberia. El plan de repatriación de casi un millón de refugiados (más de un tercio de la población total del país), previsto por el Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados, ha quedado aplazado sine die. El Programa Mundial de Alimentación inició la semana pasada un plan de emergencia para distribuir alimentos. La ciudad sigue siendo un campo minado en la que jóvenes de todas las facciones prosiguen su laboriosa tarea de muerte y destrucción entre las ruinas. Nada parece anunciar un posible alto el fuego entre los señores de la guerra liberianos. Como Somalia, Liberia camina hacia el desastre y el olvido.

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