_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El sereno

Veo que se pide ahora, en algunos medios, el regreso del sereno a las noches de Madrid. Hay gente que ya está calculando cuántos puestos de trabajo se crearían, la seguridad que supondría y lo que tendría que pagar cada vecino para que, al hacer sonar las palmas, acudiera el sereno gritando "¡Voy!".La institución del sereno fue suprimida como tal un personaje muy poco sospechoso de modernidad que fue presidente del Sindicato de Actividades Diversas. Los serenos no eran funcionarios, sino que dependían de la "voluntad" de los vecinos. Les hacían correr de una parte a otra de su demarcación y había gente que, aunque llevara en el bolsillo la llave de su portal, prefería que el sereno se diera la carrera para abrirle la puerta y sentirse, así, importante. Y no faltaba quien utilizara al sereno como criado y le mandara a la farmacia por aspirinas o condones.

A mí me parecía un abuso, un cargo de conciencia, tener a un hombre toda la noche en la calle o refugiado en un portal en las frías madrugadas sólo por la comodidad, como se decía entonces, "del comercio y vecindad". Debo decir que yo mismo experimenté las ventajas de la cuasi-feudal institución. Tenía en mi calle, a principios de los años sesenta, a un sereno llamado Cirilo que era la simpatía en persona. Una noche volví a casa muy tarde y le pregunté si sabía de algún bar de las inmediaciones que estuviera abierto a aquellas horas, pues no había cenado y no tenía en casa nada comestible. Me dijo que no sabía de ninguno, pero se quedó pensativo y añadió: "Espérese usted. Tengo yo en el portal del 7 una tortilla de patatas y una bota de vino y ahora mismo vamos a solucionar el problema". Sucedió entonces algo que sólo podía pasar en Madrid. Sacó de una tienda de antigüedades frontera a mi casa una mesa isabelina y dos sillones de damasco rojo y, Cirilo y yo, en buena compañía, dimos cuenta de la tortilla de patatas a la luz de una farola. Nunca celebré una cena más entrañablemente municipal.

Tan grato recuerdo no me hará defender el regreso del sereno. Por favor, que no nos azarzuelen Madrid!

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_