Es difícil ser demócrata en Rusia
Mi madre, que tiene 80 años, me cuenta que hace algunas semanas, cuando el país estaba en plena campaña de recogida de firmas para apoyar a los pretendientes a candidatos a la presidencia (se necesitaba el mínimo de un millón de firmas para convertirse en candidato oficial), llamó a nuestra puerta la vecina del piso de abajo, una mujer ya entrada en años. Siempre llama cuando necesita algo, y mi madre nunca le niega nada. "Firme aquí", le dijo la vecina, "es en apoyo a Ziugánov, a los comunistas". "No", contestó con bastante resolución mi madre. "Ah, ¿entonces usted está a favor de los capitalistas?", inquirió con voz severa la vecina.Al parecer, nos hemos ganado un enemigo en nuestro edificio. La vecina vive sola, el apartamento es decente, pero no parece que piense en nada que no sea su jubilación. Seguramente, pasa momentos difíciles. ¿Ha vivido mejor alguna vez? Es poco probable. Aunque por supuesto hubo un tiempo en que vivió mejor: era más joven.
En cuanto a los "capitalistas", adivino a quién se refería. Al vecino del piso superior. Desde hace un tiempo, por las mañanas le espera un deslumbrante Mercedes-600 con chófer. Si por lo menos eso sucediera en otra entrada del edificio y no en la nuestra...
En los siete decenios de comunismo soviético aprendimos -por reducción al absurdo- una simple verdad: que la democracia es tener elecciones. A finales del primer decenio de democracia (si comenzamos a contar desde Gorbachov, en marzo-abril de 1985) y a finales del primer quinquenio de poscomunismo (si contamos desde la revolucíón yeltsiniana de agosto de 1991), hemos comprendido de pronto que las elecciones pueden convertirse en el fin de la democracia en Rusia.
Un mes antes de los comicios presidenciales (el 16 de junio se celebra la primera ronda) hay sólo una realidad indiscutible: la tercera parte del electorado está dispuesta a votar por el candidato comunista. Guennadi Ziugánov -demagogo aburrido pero muy presumido y apparátchik mediocre- tiene asegurado el paso a la segunda ronda, donde hay, lugar sólo para dos candidatos al más alto puesto del Estado. Ningún otro candidato, incluido el actual presidente, que con tanto esfuerzo creó este trono para él, tiene esa seguridad. Y no son tantos los votos que debe conseguir el candidato comunista para ganar; si no la mayoría absoluta en la primera vuelta, sí la relativa en la segunda. ¿Vuelve el comunismo? Es muy posible. Y de una manera completamente legal, a través de la voluntad popular. ¿No es esto) el triunfo de la democracia?
Por supuesto, la Rusia de 1996 no es la Rusia de 1917 o la de 1937. Ziugánov no es Stalin. Pero tampoco es Kwasniewski. Las comparaciones con Europa oriental, para no hablar ya de la occidental, sólo pueden llevar a engaño. Los comunistas rusos de 1996 no se han convertido en pacíficos y tolerantes socialdemócratas (al contrario, odian a Gorbachov y a Yeltsin por "traidores"). Necesitan el poder para la revancha, personal y social. Y esto significa la venganza respecto a los adversarios, todo tipo de expropiaciones, una nueva división de la propiedad y el regreso a una severa dirección centralizada de la economía y de toda la sociedad. Será un gigantesco salto atrás, para lo que ya sufrió una bancarrota en el siglo XX, que parecía definitiva.
Se puede discutir si es posible que este nuevo guión de la vieja catástrofe se imponga por largo tiempo, pero lo que es indiscutible es que los comunistas, si se les deja, no jugarán de acuerdo con las reglas democráticas. Harán todo lo posible para que las elecciones que los llevarán al poder sean las Últimas elecciones libres. Y lo primero que sin lugar a dudas harán es tratar de ahogar a la prensa independiente, ya que para maniatar a la sociedad primero deben taparle la boca. Por eso, nuestro lema es "¡No pasarán!". ¡Los comunistas no deben pasar!
Hay que votar por Borís Yeltsin. Su programa es claramente anticomunista. Los comunistas lo consideran el enemigo número uno. Y con razón: él, efectivamente, fue el líder de la revolución democrática, pro mercado de Rusia.
¡Pero cómo votar por el hombre que desencadenó la guerra en Chechenia! Para demostrar que Chechenia es territorio ruso, la aviación rusa dejó reducidas a ruinas las ciudades y aldeas, incluida Grozni, que tenía medio millón de habitantes. Para demostrar que los chechenos son ciudadanos rusos, se ha matado a varias decenas de miles de chechenos. ¿Es esta la Rusia democrática? Bajo el bombardeo de Chechenia regresa la Rusia imperial, colonial, totalitaria. ¿Se puede ser demócrata y votar por esto?
Los demócratas más consecuentes dicen que, si en la segunda ronda se enfrentan Ziugánov y Yeltsin, votarán contra ambos. ¿Y qué sucederá después? No tienen respuesta, salvo que ellos no actuarán contra su propia conciencia.
Está claro contra quién deben votar los demócratas de acuerdo con su conciencia. ¿Pero a favor de quién? ¿Ouién es su candidato? Debe ser alguien de la pléyade de políticos jóvenes limpios, sin pasado comunista, que aparecieron en la época de la perestroika y la posperestroika. ¿Pero dónde están esas nuevas estrellas rusas? El erudito Gavriil Popov, ex alcalde de Moscú; el brillante Anatoli Sobchak, todavía alcalde de San Petersburgo; el decidido Guennadi Búrbulis, primer visir de Yeltsin en la época más crucial; la esperanza de los liberales Yegor Gaidar... Desgracidamente, se apagaron las nuevas estrellas. Nada, salvo irritación, despiertan hoy en el público.
De la otrora brillante constelación democrática, sólo Grigori Yavlinski logró entrar en la lista de candidatos a presidente. Y ello únicamente gracias a que de hecho él todavía no ha estado en el poder. Y aún queda por dilucidar si le beneficia o le desfavorece su reputación de demócrata. No se trata sólo -y quizá no tanto- de las cualidades personales de cada uno. La gente rechaza a los reformistas porque las reformas no les hicieron felices, los cambios les hicieron desdichados.
En realidad ha sido demasiado lo que ha tenido que soportar la actual generación de soviéticos. Literalmente, en un instante se desmoronó el comunismo y se desintegró la URSS. Y si sólo se tratara del imperio... Pero se desplomó la economía, que resultó ser tan impuesta e inviable como la ideología, la política y el sistema de poder comunistas. Se desmoronó el modo de vida al que estaban acostumbrados.
Las reformas, de hecho, son sólo la reacción a estos cambios históricos, tectónicos. En honor a la verdad, llegaron con un retraso de decenios y pecaron más de indecisos e inconsecuentes que de radicales. En la traumatizada conciencia social, las reformas se convirtieron, sin embargo, en la causa de los cambios. Y ahora, para la gente confundida, el comunismo no se asocia con la pobreza y la falta de libertad congénitas, sino con la estabilidad perdida. Mientras tanto, la democracia no significa la conquista de la libertad, la apertura al mundo y nuevas posibilidades de consumo, sino la suma de nuevos males: el trabajo perdido, el prestigio desaparecido, las esperanzas no cumplidas.
Hace diez o cinco años, la gente creyó que se terminaba el comunismo y comenzaba la democracia. Es decir, que todo sería "como en Occidente". Para gente que nunca había vivido en una sociedad normal, la democracia no significaba un régimen político, sino la calidad de vida deseada. Pero al día siguiente no llegó esa vida ansiada. (salvo para algunos, para los nuevos ricos, pero eso sólo irritó e indignó aún más al resto). Y entonces ellos dieron la espalda a la democracia.
Sí, es difícil ser demócrata hoy en Rusia. ¿Votar por Yavlinski, el único candidato que ha conservado la reputación de demócrata? ¿Y si obtiene sólo los votos con los que priva a Yeltsin de pasar a la segunda ronda? Entonces Rusia puede verse ante la disyuntiva de elegir al comunista Ziugánov o al aventurero Zhirinovski.
¿O los demócratas deben olvidar sus principios y votar "pragmáticamente" a Yeltsin como el único candidato que puede detener a Ziugánov"? Para esto incluso se ha encontrado una definición: "elegir el menor de los males". ¡Magnífico! Sólo que ¿cómo dispondrá de su victoria el presidente, que ha demostrado que valora la democracia pero mucho menos que el poder personal, absoluto, en cualquier caso sin ningún control?
La gran desgracia de los demócratas rusos en vísperas de las elecciones democráticas libres es que Rusia está todavía lejos de la democracia.
La democracia llega cuando en la sociedad se produce un consenso sobre las vías de desarrollo. Venza quien venza en las elecciones, no hay revolución; y en los siguientes comicios el vencedor de hoy está dispuesto a reconocer su derrota. ¿Están dispuestos los comunistas, si mañana llegan al poder, a irse a la oposición parlamentaría pasado mañana? No, y esto es lo que hace desesperarse a los demócratas. ¿Están dispuestos Yeltsin y su entorno a dimitir mañana en caso de ser derrotados? ¡Pocos son en Rusia los que dudan! Ya se inventarán algo. Por supuesto, ese algo no será muy decente, y ni siquiera legal. Pero, de extraña manera, esto tranquiliza a los demócratas. De un modo o de otro, los comunistas no pasarán. "¡No pasarán!".
Lo que magnánimamente llamamos democracia rusa de hecho es todavía una inestable amalgama de poscomunismo, comunismo nostálgico y anticomunismo residual. ¡Es difícil ser demócrata sin democracia!
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