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49ª FESTIVAL DE CANNES

Lars von Trier resucita a Karl Theodor Dreyer

El cineasta danés prosigue en 'Breaking the waves' el milagro de 'La palabra'

ENVIADO ESPECIAL Había hasta ayer dos islas nunca alcanzadas en la historia del cine. Una la ocupa el español Luis Buñuel y otra el danés Karl Dreyer. Muchos han intentado llegar a ellas, pero todos han naufragado. Ahora mismo, en México, Arturo Ripstein roza el territorio de Buñuel, pero ayer Lars von Trier logró hacernos pisar el solitario islote del milagro cinematográfico de Dreyer. Su Breaking the waves asombró. Con 40 años y el equipaje de tres brillantes filmes de aprendizaje (Elementos del crimen, Epidemic y Europa), Trier se adentra en la plenitud y reanuda en su cuarta obra el poema de la identidad entre carnalidad y espiritualidad que hace medio siglo nos legó su compatriota Dreyer en la genial Ordet, que quiere decir La palabra- o,más al fondo, El verbo- de este arte y por consiguiente de este tiempo.

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Ha necesitado Lars von Trier cinco años para culminar la realización de su idea, convertida poco a poco en pasión, de contar y representar "una simple historia de amor, algo que hace unos años no se me habría pasado por la cabeza, pero que últimamente me urgía emprender, porque sólo así me parecía posible crear y mover personajes identificables como seres de carne y hueso. Es una historia en la que todas las fuerzas actuantes están motivadas por el bien. El bien impregna todo lo que ocurre en ella, pero, como Siempre, resulta incomprendido o mal interpretado, y ésta es la causa de que raramente se le encuentre y se le reconozca. Pero, aunque sea difícil verle, el bien existe, y los dos protagonistas de la historia son buenos en el sentido espiritual del término, a la manera de aquel evangelio del amor que Dreyer predicaba".Trier no ha dicho estas palabras aquí, sino que las escribío en su casa de Copenhague. Es un hombre hosco y escondido, que tiene miedo físico a viajar y terror moral a aparecer en público y sentirse objeto de las miradas de la gente. Cuentan que, atosigado por las presiones publicitarias, inició el sábado pasado un viaje desde Dinamarca a Cannes. Y en ese viaje debe seguir todavía pero en otra parte, porque aquí no ha llegado y su teléfono no contesta a las llamadas de Lars Jonsson, productor ejecutivo de Breaking the waves, que no oculta la pesadilla que para él fue convencer a 22 inversionistas para reunir los mil millones de pesetas necesarios para llevar a cabo la loca aventura de filmar un cántico espiritual destinado a vender dos horas y media de eternidad en un mercado donde reina la carroña de Transpotting, la ensalada de tiros en la nuca a lo Quentin Rodríguez, las vomitonas de 12 o 13 monos y otros signos actuales de lo efímero.

Breaking the waves tiene algo de conjugación de los acordes dominantes en las tres obras (Dies irae, La palabra y Gertrud) que componen el testamento moral y poético de Dreyer: el sexo, máxima concreción de eso tan impreciso (pero tan real) que llamamos el espíritu; la` existencia del milagro como derivación natural de la palabra, del verbo, de la voz humana, y la pasión en sentido bíblico (es decir, el sacrificio) como única fuente de la libertad y, por ello, de la armonía colectiva.

Una mirada propia

Pero estos tres acordes dreyerianos que asume y combina con absoluta maestría el poema de Trier obtienen en la mirada de éste el aspecto de algo recién nacido, recién inventado, nunca dicho o filmado por nadie.Tiene Trier una mirada absolutamente propia. La voz de su maestro es sólo un eco de su vigorosa voz propia. Su pronunciadísimo estilo en la filmación no tiene equivalente alguno. Trier ha crecido en las cinematecas y ha hecho suyas las formas primordiales no sólo de la mirada, sino también del oficio de hacer películas; y de ahí que sus imágenes tengan una frescura y una facilidad para crear emociones realmente sorprendente,, pues son imágenes altamente evolucionadas y rigurosamente modernas, pero que no obstante conservan la eficacia que el cine fundacional lograba con los públicos que hace muchos decenios descubrían la existencia de este arte. No es frecuente, en efecto, ver en la actualidad una sala apestada por 3.000 espectadores resabiados -cinéfilos de vuelta de todo lo habido y por haber en una pantalla- llorando como criaturas conmovidas durante la proyección de Breaking the waves y aplaudir su final como una multitud de niños agradecidos por la llegada al galope del Séptimo de Caballería.

Y no es ajeno a este desbordamiento de entusiasmo el formidable reparto de la película, en el que una actriz británica, Emily Watson, recién llegada al cine desde la Royal Shakespeare Company, hace una creación tan hermosa que hay que remontarse a las grandes actrices de la edad dorada de júbilo para recordar algo parecido.

[La otra película que compitió ayer en el Festival de Cannes fue Goodbye South, goodbye, del chino Hou HsiaoHsien (El maestro de marionetas). Producido en Taiwan, el filme es un intento de reflejar la realidad de la isla]

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