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Benjamín Prado se convierte en un personaje de su segunda novela

Amelia Castilla

Hay dos cosas que el poeta Benjamín Prado (Madrid, 1961) no soporta: los niños maltratados que acaban convirtiéndose en vengadores de los propios pequeños y la xenofobia de cualquier tipo, desde el racismo hasta los que actúan contra los chicas que se tatúan serpientes en la mano. Nunca le des la mano a un pistolero zurdo (Plaza & Janés), su segunda novela, refleja las obsesiones de su autor hasta el extremo de que el propio Benjamín Prado se convierte en un personaje de la obra. "Me divertía la idea de hacer cómplice al lector con lo que estaba escribiendo. En este caso se puede decir que el escritor es un celador que enseña el museo y los lectores van detrás de él", dijo ayer Prado en la presentación de la obra. "Me interesan más los personajes que la historia de la novela", aseguró.

Nunca le des la mano a un pistolero zurdo está escrita a ritmo de género negro, pero la influencia de Dashiell Hammett se mezcla con las reminiscencias de Dickens, de Galdós y hasta de Baroja.

Como en Raro, su anterior novela, la obra está plagada de referencias musicales y poéticas. Israel, el protagonista, escucha a Blur y a los Clash; conoce a Ezra Pound y se sabe de memoria los poemas de Seamus Heaney. "Me gusta que los libros reflejen el ruido que hacen las cosas alrededor, no aislar la literatura". Sobre los cuatro finales posibles que apunta, Prado aclaró que muchas novelas negras se estropean por la necesidad de ponerles un final.

El poeta Luis García Montero, que presentó la novela, aseguró que Prado, sin hacer caso a nadie, ha conseguido escribir "una narración nueva que es homogénea la literatura de todas las épocas'

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