"Me acusan de viejo para que no dirija"
ENVIADO ESPECIALNo habla de productores o de trabajadores de una industria renovadora, sino de banqueros. Y como es sabido, los banqueros "no tienen nada que ver con el arte ni con el cine". Robert Altman, de 71 años, tiene su caso en los juzgados contra la companía Ciby 2000, para la que iba a dirigir la segunda parte de Vidas cruzadas. "Están intentando ganar el pleito sobre la base de que soy demasiado viejo y de que mi salud no es buena", dice con amargura el cineasta, que demuestra una vez más su pulso juvenil en Kansas City, la película que presentó ayer en Cannes.
Con su sombrero de paja de ala ancha, la perilla de Buffalo Bill y la misma mirada enérgica que le ha servido para dirigir 31 películas, Altman llega a la terraza del hotel Martínez a la hora de la comida. Se sienta con aires de patriarca y comienza a hablar con una voz poderosa sobre Kansas City, la ciudad en la que nació y creció, y cuyo mundo, centrado en el jazz y en un duelo musical entre Coleman Hawkins y Lester Young presenciado por un adolescente Charlie Parker, se refleja en su nueva película.
"Cuando vivía allí iba a los clubes como los que se recrean en el filme", recuerda. "A los 15 años, me sentaba en el lugar del piso superior en el que en la película se ve a Charlie Parker. Después, a los 16, ya me sentaba abajo, en el suelo, y a los 17 fumaba marihuana con ellos y nos lo pasábamos muy bien".
Altman dejó Kansas City cuando tenía 18 años, camino de la fuerza aérea en la II Guerra Mundial. Cuenta que ahora que ha vuelto para el rodaje de la película, varias personas -"viejos", dice con el sarcasmo del que no se da por aludido- se acercaron a él y le enseñaban viejas fotos. "Mire, somos nosotros, usted y yo, en el jardín de infancia", cuenta el director que le decían. "Dios mío, entonces comprendí por qué los vampiros evitan los espejos", afirma Altman.
Con una ambientación que recuerda a veces imágenes de Hopper -"si es así, no lo he pretendido de manera consciente: es un pintor al que admiro mucho"-, Altman introduce la cámara en el círculo de los gánsteres, la corrupción política y la segregación racial. El cineasta afirma que lo hace con el mismo ritmo de entusiasmo con el que se asomó a los tijeretazos de la moda en Pret-à-porter o a la ansiosa vida cotidiana contemporánea de Los Angeles en Vidas cruzadas. "Dígame, de entre mis películas, la que menos le haya gustado. Esa es mi favorita", reta el director.
Con Vidas cruzadas estaba dispuesto a repetir, pero de momento no será posible. "Tengo los derechos de todas las historias cortas de Raymond Carver, comenta, "así que habíamos estado preparando para Ciby 2000 más episodios de Vidas cruzadas, pero se echaron atrás y rompieron el contrato. Son gente terrible, banqueros. Está hecho el guión, que no me pagaron, y que incluye otras historias de Carver, pero con la misma base estructural. Como Vidas cruzadas no funcionó en América, pero sí en Europa, me vienen con los resultados y dicen: 'Necesitamos películas con estrellas más famosas'. Soy incapaz de explicar cómo funcionan las mentes de los banqueros. Espero que cuando termine el juicio encuentre con quien hacer la película".
El denso metraje de Vidas cruzadas le sirve para hacer un diagnóstico pesimista sobre la situación de la industria en Estados Unidos. "Todos los críticos de América que hablaron de ella se refirieron a lo larga que era", comenta el director. "Decían: 'No parece larga, pero dura tres horas'. No pasó lo mismo con De Niro y Al Pacino en esa película llamada Heat, la más increíblemente mala que he visto en mi vida. Horrible. Pero nadie dijo: 'Dura tres horas'. Porque todos hablaban de las estrellas. ¡Estrellas!".
Al mismo tiempo que promociona Kansas City, Altman anda desesperado buscando algunas de esas estrellas del cielo de Hollywood. Si las consigue, habrá dinero para producir su nueva comedia, cuyo rodaje está previsto para el verano. Hasta que se meta de lleno en el nuevo proyecto, puede hablar sin descanso sobre los 21 músicos de jazz; contratados para revivir en Kansas City temas de Duke Ellington, Count Basie o Mary Lou Williams Gunto a la banda sonora se publicará un vídeo de una hora con las actuaciones).
La película, interpretada por Jennifer Jason Leigh y Miranda Richardson más Harry Belafonte, narra la historia de una mujer que secuestra a otra para que las influencias del marido de ésta libren a su propio marido de una muerte segura a manos de un clan negro. "Pero no me importaba tanto el argumento, el quién dice qué a quién, como el jazz", afirma convencido.
Tampoco le interesó "mostrar los detalles del asesinato, la muerte y la violencia, quería que la experiencia fuera interior", añade. "En los casos de Tarantino o Scorsese la violencia se muestra en sus trabajos por otras razones, es otra clase de películas. Aunque debo decir que no ha habido ninguna razón política para no mostrar violencia en Kansas City. Pienso que toda esa polémica de lo políticamente correcto en el cine, del intento de sacar la violencia de las pantallas, es un problema que pertenece al público, que gasta el dinero en las películas en las que invierten las compañías. Y a las compañías no les importa nada que no sea beneficio, dinero líquido".
De toda la música utilizada en Kansas City, Altman había elegido un único tema antes de que el guión estuviera escrito: Soledad, de Duke Ellington. "La primera pieza musical que recuerdo haber oído cuando crecía fue Solitude", señala. "Recuerdo que la mujer que me criaba me sentó junto a la radio un día, tendría yo siete u ocho años, y me dijo: 'Mira, Bobby, escucha esto, es Duke Ellington en la canción Solitude, la mejor de todas'. Y me recuerdo sentado escuchando Solitude. Por eso la hemos incluido dos veces en la película. Para mí, Solitude es como termina todo".
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