La grandeza musical y humana

Era comprensible, y hasta natural, la cara de susto con que salieron al escenario de la Sala de Cámara del auditorio varios de los chicos y chicas de la Orquesta de Jóvenes de la Escuela Reina Sofía.A la experiencia inolvidable de trabajar durante varias agotadoras sesiones con un maestro de primera línea como Zubin Mehta se unía el enfrentarse a una sala con la mayor concentración de personalidades imaginable, desde la Reina, las hermanas del Rey, la hermana de la Reina, la ministra de Cultura, o el alcalde de Madrid, hasta ex ministros como Serra y Saavedra y un largo etcétera de directores de fundaciones, de cadenas de televisión, de bancos y empresas.

Era comprensible -de hecho, el público estaba solidariamente en la piel de los instrumentistas, nervioso como ellos- y hasta previsible. La interpretación de tres conciertos de Vivaldi fue agarrotada en muchos pasajes. Melita ajustó con precisión los ritmos, y dio brío y expresividad a su lectura, pero no pudo evitar algunas imprecisiones. Fueron versiones notables, qué duda cabe, pero mejorables.

Expresividad

Todo cambió en la segunda parte. Mehta había reiterado continuamente durante los ensayos la importancia de tocar como orquesta, de escucharse unos a otros. Los músicos estaban ya relajados y demostraron que habían aprendido bien la lección. La versión para orquesta de cámara del Octeto, opus 20, de Mendelsshon, tuvo una lectura primorosa de realización, radiante, emotiva y rebosante de expresividad. Mehta dejó correr su fantasía, subrayando acentos o extrayendo detalles puntillosos y llenos de encanto.La visita de Mehta ha valido la pena: como estímulo para los jóvenes, como ejemplo para los aficionados. Mehta ha vuelto a demostrar su grandeza: infatigable en los ensayos, ocultando, sus décimas de fiebre, generoso hasta la extenuación. Tras Mendelssohn, las ovaciones fueron clamorosas. Una tarta de cumpleaños en los 60 años del maestro coronó una tarde verdaderamente inolvidable.