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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El reto del empleo

"LO PRIMERO, el empleo". Bajo este lema discurrieron ayer las manifestaciones convocadas por UGT y CC OO con motivo del 1º de Mayo, y ése va ser la principal exigencia con vistas al diálogo social comprometido por Aznar una vez que forme Gobierno. El impacto que sobre ese diálogo vayan a tener los acuerdos de financiación autonómica alcanzados entre el PP y CiU es algo aún imposible de medir, aunque los sindicatos se han apresurado a expresar su preocupación. Los secretarios generales de CC OO y UGT, Antonio Gutiérrez y Cándido Méndez, exigen que tales pactos no condicionen en términos negativos posibles iniciativas para crear empleo ni rebajen los servicios y derechos sociales de los habitantes de las distintas comunidades autónomas.Pero el lema de los sindicatos también parece indicar un cambio de actitud en su estrategia reivindicativa, con lo que tratarían de responder a un escenario productivo que se está revelando hostil para la creación de puestos de trabajo. "Lo primero, el empleo" expresa la importancia que ha alcanzado en la sociedad actual un bien escaso, cada vez más precario y de difícil obtención para la masa potencial de asalariados que pugnan por entrar en el mercado de trabajo.

En Europa y en España los sindicatos han dado en los últimos tiempos pruebas inequívocas de responsabilidad ante este complejo escenario. Posiblemente más que otras fuerzas sociales, tentadas a sacar ventaja de una situación que consideran propicia a sus intereses. Muestra de ello son los pactos suscritos en enero pasado entre los sindicatos CC OO y UGT y las patronales CEOE y CEPY sobre mediación previa para las huelgas y otros conflictos laborales (movilidad regional, modificación de condiciones de trabajo, despidos colectivos...), o los pronunciamientos sindicales sobre su voluntad dialogante en torno a la flexibilización de horarios y disminución de los costes salariales. Esta prioridad ha acabado por imponer actitudes que van más allá de la ritual queja mensual ante las cifras del desempleo.

Esa lucha exige armas más efectivas que altisonantes y vacuas condenas del capitalismo. La revolución tecnológica en curso y la globalización de los mercados parecen en un principio confabularse contra el empleo. Así, incluso con variables económicas favorables, el trabajo apenas crece, y cuando lo hace es de forma precaria y transitoria. La economía española, que crecerá este año un 2,7% y un 2,9%) en 1997, según el Fondo Monetario Internacional (FMI), seguirá previsiblemente con su dramática tasa de paro superior al 21%. Es decir, es improbable que dentro de dos años se reduzca de forma sensible el número de 3,5 millones de parados que arroja la Encuesta de Población Activa. Otras variables conducen a la misma conclusión. Según el Banco de España, los beneficios empresariales aumentaron el 12,9% en 1995 (el índice más favorable desde 1990), pero el empleo cayó un 1,6%. Y lo mismo ocurre en las principales economías de la Unión Europea.

En un escenario en el que el crecimiento económico no basta para crear empleo no es disparatado sondear otras vías, del estilo de una reordenación de una tiempo de trabajo, aunque sólo sea de manera parcial. Previamente tendría que producirse un cambio de mentalidad en Gobiernos, empresarios, sindicatos y la sociedad en general. Pero también conviene recordiar que en su día la producción en serie no sólo no liquidó puestos de trabajo, sino los produjo, en contra de todos los augurios. Y que las nuevas tecnologías hacen obsoletos determinados trabajos, pero crean otros. Requisito para que es lo suceda en la nueva era que se abre es que los trabajadores se adapten a la demanda de les nuevos tiempos, y esto supone, ante todo, formación. Sería un acierto por parte de los sindicatos abanderar el cambio que va a transformar profundamente la sociedad y las relaciones laborales. Porque sumirse en añoranzas de supuestas seguridades cimentadas en rígidas normas legales no sólo es inútil. Retrasa la adaptación necesaria en un mundo que ha derribado las barricadas proteccionistas.

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