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EL CASCO URBANO PIERDE EL GRIS

Arte en el andamio

Una familia trabaja en la rehabilitación de casas con métodos antiguos

Antonio Jiménez Barca

Trabajan con un rigor de orfebre o de relojero. La cuadrilla de revocadores de la empresa de Faustino del Castillo, una de las pocas verdaderamente especializadas que quedan en Madrid, dota a las fachadas del centro de Madrid de colores con las técnicas y los métodos del pasado. "Esto viene de los egipcios; lo hacemos todo como lo hacían los egipcios" explica el mismo Faustino.Y no hay otra manera, si se quiere que la cosa quede como corresponde, añade. Del Castillo está jubilado, pero acompaña a su hijo a la obra un día sí y otro también. No puede quitarse de la cabeza su obsesión por las fachadas bien acabadas. El suyo es el delirio de un hombre que ama con locura -y mucho orgullo- su profesión.

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Porque ellos no pintan sin más las casas que les encargan: revocan. Eso quiere decir que mezclan cal con pigmentos minerales a fin de colorear la masa, a la que añaden, si es necesario, mármol desmenuzado.

Los materiales son de primera, claro. Faustino mete la mano en un gran bidón metálico dé cal. "La cal es lo mejor que hay; lo más bonito que hay", explica. Mientras Faustino dice eso, los miembros de su cuadrilla se han subido ya a un andamio y empiezan a enyesar; luego llegará el color.

Faustino, a todo esto, ha echado el ojo a una piedra que se encuentra a sus pies. "Mira", le dice a su hijo, que es el que ahora saca adelante la empresa, "para los raspados". "En este oficio", dice el hijo, de unos 40 años, "todo puede servir: desde un tenedor a una piedra". Faustino es hijo, nieto y padre de revocadores y guarda un sinfín de historias que está deseando que alguien escuche. "Si yo le contara", amenaza, "si yo le contara...". Y cuenta: "Una vez, hace ya años, revocábamos una fachada en la Gran Vía, sin lona protectora y sin nada. Entonces no se usaba ¿sabe? Se nos cayó un cascote y fue a dar en la cabeza de un venezolano que pasaba. Bajé del andamio para atenderle y me dijo: '¿A cuántos ha matado hoy, maestro?".

Este equipo de revocadores -en el fondo tres artistas disfrazados de obreros- terminó la semana pasada la fachada de una casa en la calle del Toro, al lado de la plaza de la Paja. Un casón amarillo de principios del siglo XVIII. Le han pintado una preciosa imitación de sillares. Con pincel. "Dicen que esta calle se llama la calle del Toro porque aquí vino a torear el Cid, eso dice la leyenda, claro", cuentan. Faustino comprueba un esquinazo que no ha quedado a su gusto. Se promete arreglarlo. Son profesionales.

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No en vano un alto cargo de la EMV (Empresa Municipal de la Vivienda) comentó hace un mes que cuando no les encargan los trabajos a estos artesanos, el revoco se cae.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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