El Cetro de Ottokar
Está claro que muchos políticos debieran estudiar cómo basar su gestión sobre el silencio más profundo. Porque cada vez que hablan, esa mezcla de perversión y majadería que expresan, hace un flaquísimo favor a quienes aún creen en ellos o a quienes siguen considerando que hay males peores, por ejemplo, que un insensato en la jefatura del Estado. Cuando el presidente croata Franjo Tudjman puso una guardia ante la sede y aposentos presidenciales en la bellísima parte antigua y alta de Zagreb que parecía directamente extraída de una enfermiza rememoración de los dibujos del Cetro de Ottokar de Tintín y Milú, los croatas urbanos no hicieron sino sonreír con grandes dosis de conmiseración y condescendencia harto generosa.Era la época en que el compromiso con tina patria asediada ya no era suficiente para aguantar las excentricidades y los sinsentidos del jefe. Los asesores inteligentes de Tudjman huyeron. La deserción de los lúcidos era obligada. Desde Letica a Bekic, todos entonaron el sálvase quien pueda. Eran aquellos que le podían haber dicho que sus planes eran un disparate anacrónico, y además no sólo una idiotez en términos generales, sino también un insulto, a serbios, gitanos, judíos, antifascistas y gentes de bien vivir.
Tudjman quiere construir ahora una especie de Valle de los Caídos (dixit) para enterrar allí a quiten le venga en gana. Encima intenta venderlo como gran gesto de reconciliación de cadáveres. Dice ahora que alli estarán Ante Pavelic y Tito y otros muchos que dieron su vida por la patria. Si no habláramos de un desafuero (le tal tamaño, podríamos regalarle a Tudjman un matasuegras en el que, al inflarse, se vieran los nombres de todas las víctimas que causaron los asesinos a los que quiere dar cobijo póstumo.
Tudjman sacó los pies del tiesto democrático hace tiempo. Y le animaron en ello todas aquellas doemocracias que no le ayudaron a repeler la agresión que comenzó en 1991. Hoy es tarde. Las pocas cuestiones que le han salido bien han convertido a Tudjman en una mezcla de Pavelic, Mussolini y Buster Keaton con un ramalazo titoísta. Nada de monje ni alférez. Mitad verdugo, mitad payaso. Sus asesores inteligentes han desaparecido. Están dando clases en universidades norteamericanas o europeas y no quieren ni oír de un fantoche que ha hecho realmente todo lo posible por dar la razón a la verbena de criminales que Milosevic mandó en su día a Croacia para organizar la guerra.
Franjo Tudjman. Cara de tensión y reflejo de complejo abismal del alma. En él conviven el partisano y el historiador, el político, el mitómano y el nacionalista, el alma campesina y la vocación de eternidad, la posteridad y la guirnalda, la necesidad de ser querido y la obsesión por odiar y verle los huesos secos al odiado.
Es, sin duda, una mezcla terrible para un hombre que quiere meter a Croacia en la Europa civilizada, un incapaz arrogante ante la evolución internacional de las cosas, un hombre con menos escrúpulos que Millán Astray cuando se trata de conjugar intereses propios con derechos ajenos. Tudjman no grita "viva la muerte", pero se cree capaz de hacer pulsos con el más hábil e inteligente político de los Balcanes que es Slobodan Milosevic, líder de Serbia, maestro de los ritmos. Éste serbio que chorrea sangre es feliz con un máximo rival en la región tan patético y dogmático, disciplinado de esos que mezclan patriotismo con bucolismo y cree en los ejercicios de casquería con quienes no le complacen.
Tudjman, con su orgulloso aspecto de guardacoches de lupanar, construirá un mausoleo fantástico para enterrar allí junto a los huesos de algunos fascistas, las esperanzas de una inmensa mayoría de croatas de construir un país normal, democrático, justo y pacífico. O los croatas lo entierran pronto a él o aún puede hacer, con traje de almirante o sin él, un inmenso daño a un país que, de veras, no se lo merece.
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