¡Ole los toros y los toreros buenos!
Salieron toros bravos, hubo toreros buenos; Dios les bendiga, un ¡óle! por ellos. Toros de trapío que causaron sensación; toreros con arte, valentía y lo que hay que tener. Victorino Martín se ganó a la afición sevillana en su debú ganadero en la Maestranza. Y los jóvenes espadas, uno de ellos inédito en el coso del Baratillo, otro con fama de legionario, también. Hasta el veterano Ortega Cano, un mar de dudas, un estremecimiento cada vez que sentía venir la embestida encastada de los victorinos, supo sobreponerse y calló la rechifla que ya empezaba a brotar en los tendidos, mediante el dibujo de dos naturales soberanos.Alejandro Escobar prendió al sexto victorino un par de banderillas memorable. El Tato le marcó al segundo un volapié que acaso vaya a ser la estocada de la feria y hasta de la temporada. Todo en la tarde tenía importancia. Los toros saltaban a la arena exhibiendo su trapío; abantos al principio, se recrecían, remataban en tablas, tomaban fijos. los capotes, recargaban en las plazas montadas, pese a que los individuos del castoreño les tundían el espinazo empleando su acostumbrada saña carnicera.
Victorino / Ortega, Tato, Liria
Toros de Victorino Martin, con trapío, armados, encastados.Ortega Cano: media atravesada, rueda insistente de peones -aviso con retraso-. y se tumba el toro (pitos); aviso antes de matar y estocada caída (palmas y algunos pitos). El Tato: media, rueda insistente de peones y gran estocada (oreja); medía trasera y rueda de peones (vuelta). Pepín Liria: estocada (vuelta); pinchazo y estocada (oreja). Plaza de la Maestranza, 18 de abril. 2ª corrida de feria. Tres cuartos de entrada.
De esa ejecución sumarísima salían los victórinos no vencidos como cabría esperar sino pidiendo pelea y embestían tan humillados que con el hocico araban la arena. Los seis embistieron igual, desde el más pronto y alegre hasta el más tardo y reservón. Los seis se iban a comer las bambas de los engaños y el torero que se atrevía a aguantar sus encastadas acometidas o a consentirles si se mostraban probones, conseguía embarcarlos.
El segundo victorino, acaso el más bravo, resultó el más peligroso. No es un contrasentido. El toro bravo siempre acarrea peligro; requiere para su lidia un valor sereno, técnica consumada, torería. El Tato, en tarde de plenitud e intensidad torera, tuvo todo eso. El toro se revolvía, y en cuanto el torero perdía -siquiera fuese un poquitín- la templanza, se le echaba encima enfurecido. Perdía el victorino la guía de la muleta, especialmente en los pases de pecho, y ya estaba pidiendo guerra, impulsado por su inagotable codicia.
El Tato entendió el problema, aguantó bien asentadas las zapatillas en la arena, cuajó pases de excelente factura, los ligó y, ya dominado el toro, le marcó los, tiempos del volapié volcándose sobre el morrillo. De primeras cobró media estocada; de segundas, el impresionante estoconazo que levantó al público de sus asientos.
Con el quinto, reservón y hasta aplomado, estuvo igual de valiente El Tato y se le entregó la plaza entera, proclamándole figura del toreo. Pepín Liria pudo correr parecida suerte y la hubiese alcanzado si no llega a precipitarse. A la excelente tanda de redondos con que inició su faena al tercer toro, siguieron pases atropellados seguramente porque le desbordaba su acelerado corazón. Algo similar hizo en el sexto, pero en éste ya había puesto la Maestranza boca abajo al recibirlo con dos faroles de rodillas, dos verónicas y dos medias verónicas de un arte y una torería que hubiesen firmado los mejores estilistas de la historia de la tauromaquia.
Toros y toreros en su versión más pura propiciaron lidias interesantísimas, gran espectáculo. Menudo baño les pegaron a sus colegas. Apenas ninguna figura es capaz de medirse a esos toros íntegros ni torearlos con la hondura de que hicieron gala El Tato y Pepín Liria. Los ganaderos que se encontraban en el graderío empalidecían al ver cómo ese otro ganadero debutante al que tanto han denigrado recuperaba la autenticidad de la fiesta echando toros de casta al ruedo maestrante.
Si. todos presentaran toros así, no estarían "al límite", según vienen gimoteando, y pidiendo una norma fraudulenta que ]les libere de sanciones por los toros manipulados y podridos que suelen sacar. Con toros así no habría multas, ni situaciones vergonzosas, ni aburrimientos mortales. Con toros así sólo habría emoción y olés y vivas a la fiesta verdadera.
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