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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Chaves, frente al poder de Madrid

EL GOBIERNO de Andalucía y el de la nación han estado en manos del mismo partido, el socialista, desde 1982. Eso ha acarreado a dicha comunidad indudables ventajas, pero también inconvenientes. El diálogo con Madrid se hacía entre amigos, por lo que el tono reivindicativo nunca podía alcanzar cotas como las de Cataluña o el País Vasco. Las dobles elecciones del pasado día 3 de marzo han cambiado por primera vez este escenario. Los socialistas ganaron en Andalucía, pero perdieron en Madrid. Manuel Chaves, investido ayer por tercera vez como presidente de la Junta, reflejó en su primer discurso las consecuencias de la nueva situación. Es un vuelco netamente reivindicativo que no cabe atribuir a motivos de necesidad (ha alcanzado la mayoría absoluta en la primera votación gracias al apoyo de los cuatro parlamentarios del Partido Andalucista), sino a un lógico cambie, de estrategia provocado por la previsible llegada de José María Aznar a La Moncloa mediante el apoyo de los nacionalistas catalanes. El Gobierno andaluz desconfía ahora de las decisiones que en materia de financiación autonómica pueda adoptar el Gobierno central.Chaves se va a encontrar en Andalucía con una legislatura estable. El PA ha aceptado su oferta de formar Gobierno de coalición a cambio de respaldar los presupuestos y las líneas generales de la política socialista. Faltan por ultimar algunos detalles (qué consejerias, una o dos, irán a parar a Manos de los hombres de Pedro Pacheco y Alejandro Rejas-Marcos), pero el acuerdo parece sólido. Poco importa ahora que Izquierda Unida (IU) vote en contra de su investidura. Esta formación pudo influir en la etapa anterior, cuando sus escaños eran imprescindibles para aprobar los presupuestos. Prefirió mantener durante año y medio una política de obstrucción que sus electores castigaron implacablemente haciéndoles perder siete parlamentarios y cualquier influencia sobre la política de la Junta. Izquierda Unida tiene por delante cuatro años de travesía del desierto. El Partido Popular, por su parte, se enfrenta a una legislatura incómoda, obligado a defender en Andalucía los acuerdos a que llegue Aznar con CiU y el PNV.

Chaves hace frente a una situación inédita. Gran parte de su discurso de investidura estuvo mucho menos dedicado a sus oponentes andaluces que al líder nacional del PP. Aznar era el destinatario de su sorprendente -por rotunda- defensa del "hecho diferencial andaluz" y de: la reclamación, con carácter inmediato, de un paquete de nueve competencias y del pago de, la llamada "deuda histórica".

El presidente de la Junta, que casi siempre ha preferido el diálogo al enfrentamiento, avisó ayer que optará por lo segundo si el pacto de Aznar con los nacionalistas catalanes, y vascos amenaza con romper la solidaridad territorial del Estado. Es, sin duda, una advertencia prematura. Pero el PP no debería echarla en saco roto. Andalucía, con ocho millones de habitantes, 6.2 diputados en el Congreso y un Gobierno de signo diferente al de Madrid, puede convertirse en una molestísma china en el zapato del Gobierno central. Pero también, en sentido contrario, Chaves no debería echar en saco roto que la falta de diálogo entre el Gobierno nacional y uno autónomo redunda siempre en perjuicio de este último.

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