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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La cocina de Jekyll

No es fácil tirar de un hilo nuevo de la historia, ya leyenda, de Jekyll y Hyde que ideó Stevenson. Se han hecho alrededor de una decena de películas inspiradas en ella, entre las que hay dos o tres convencionales muy interesantes y una no convencional fuera de norma: la realizada con variantes muy libres por Jean Renoir e interpretada con genio por Jean-Louis Barrault, con el título de El testamento del doctor Cordelier. Intentar igualar lo alcanzado en este filme es difícil, por no decir imposible.El, nuevo giro a este viejo asunto que da la novelista Valerie Martin, de donde proviene esta película, es original, pues, aunque relata con fidelidad la archiconocida historia, lo hace desde un punto de vista inédito: una criada de Jekyll, de la que en la novela no hay presencia de la (presumible) servidumbre de la casa. Este vacío es lo que Martin intenta llenar, pero que, a tenor de lo que da la película, no consigue.

Mary Reilly Dirección: Stephen Frears

Guión: Christopher Hampton. Fotografía: Ph. Rousselot. Música: G. Fenton. EE UU, 1996. Intérpretes: Julia Roberts, John Malkovich, Glenn Close. Madrid: Palacio de la Prensa, Bristol, Vergara, Vaguada, Albufera, Canciller, Plaza Aluche y, en v. o., Ideal.

El guión -escrito por Christopher Hampton: recuérdense sus magníficas Amistades peligrosas y Carrington- deja entrever que no hay consistencia en esta trastienda de Stevenson de donde parte el filme. La criada de Jekyll, Mary Reilly, es un personaje demasiado pasivo, que flota en una actitud excesivamente mirona y no participa funcionalmente en la trama, ni influye en los sucesos. Es un personaje que no está construido como tal personaje, sino como sombra de otro. Si a esto se añade que Julia Roberts tiene dotes fotogénicas, pero no es actriz creativa, se concluye sin forzamiento que la Mary Reilly que novela y guión aportan a la vida y la muerte de Jekyll sigue siendo (aunque le pongan carne y hueso) el mismo vacío que era.

La endeblez del subsuelo daña irreparablemente al filme, por bien compuestas e incluso por atractivas que sean a ratos sus evidencias. E impide a Hampton y Frears construir con convicción, por lo que este último, detrás de la cámara, juega a un perfeccionismo encubridor de carencias de base y le sale una película bien acabada y elaborada, pero desequilibrada, paticoja y fría, casi gélida. Peor aún: el exceso de pasividad de Julia Roberts encuentra réplica abusiva en la hipergestualidad de John Malkovich, que sobreactúa esta vez sin dar un norte a su inclinación al exceso, por lo que su presencia, por demasiado subrayada, sabe a hueca. Y el dúo Jekyll-Reilly no logra equilibrarse, le falta sentido de réplica, está hecho de dos monólogos entrelazados que no logran complementariedad. Cada personaje es pegote, adherencia impuesta desde fuera, del otro.

Es, por ello, Mary Reilly un filme primorosamente elaborado, que busca un misterio y sólo alcanza tenebrismo de laboratorio, la bella cáscara de nuez vana.

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