Inenarrable
Showman televisivo, encumbrado cinematográficamente por una serie de películas sencillamente descerebradas, el canadiense Jim Carrey ha hecho de la gesticulación vocinglera, del humor no surreal sino sencillamente idiota y de la sátira políticamente incorrecta algunos de los ganchos que le han permitido acceder a la cumbre de la profesión cinematográfica, si por tal entendemos que cobre, como acaba de ocurrir, 2.600 millones de pesetas por prestar su cara en un filme. O sea, que nuestro hombre es el actor más caro en estos tiempos de inflación, y en los que, por otra parte, sigue plenamente vigente la máxima de que "vales lo que ha recaudado tu última película".Hasta la fecha, y a excepción de La máscara, el resto de las películas recaudadoras de mister Carrey no se han comportado como tales en nuestras pantallas. ¿Será ahora cuando Carrey logre la anuencia del espectador hispano? A decir verdad, si tal ocurriera sería un verdadero despropósito. Porque comparado con la primera, esta segunda aventura del imposible Ventura es todavía peor, sencillamente inenarrable.
Ace Ventura: operación África (Ace Ventura, when nature calls)
Dirección y guión: Steve Oederek. Fotografía: Donald E. Thoran. Música: Robert Folk. Producción: Stephen J. Lineweaver. EE UU, 1995. Intérpretes: Jim Carrey, lan McNeice, Simon Callow, Bob Gunton, Maynard Eziashi. Estreno en Madrid: Ciudad Lineal, Liceo, Conde Duque, Paz, Acteón, Rialto.
El filme tiene su arranque en el Tíbet, o así, y hasta allí se va un inglés a solicitar los servicios de Ventura, recluido en un monasterio budista para expiar su culpa por la muerte de... un mapache. Lo que sigue desde ahí es lo de menos, aunque paradójicamente constituya el centro de la película. Porque esté en África, en la Patagonia o en Kuala Lumpur, el amigo Ventura se comporta siempre como tal, y las peripecias en que se ve metido sólo están puestas para que Carrey despliegue sus empalagosas, improbables, decididamente estúpidas gracias actorales, entre las que se cuenta sobre todo la distorsión facial que es su más característica marca de estilo.
En realidad, la película debería reposar -algo de eso hay- en la parodia de algunos títulos y fenómenos por todos conocidos, y en este caso, le ha tocado el turno a Rambo III, Máximo riesgo y el budismo de andar, por casa que parece hoy imperar en la meca del cine.
Pero el problema del filme, que no es otro que el problema de Carrey, es que su comicidad resulta tan exageradamente pasada de rosca, que la película, termina por convertirse, al menos para quien esto firma, que no se encuentra entre los tres y los seis añitos, la edad mental del espectador que parece buscar el director-guionista, Steve Oedererk, en un ejercicio de inducción narcótica que precipita en el más plácido de los sueños.
Babelia
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