El jardinero
Un anciano sonrosado y centroeuropeo cuida su jardín. Al otro lado de la tapia suenan las tijeras. A veces suenan con extremada violencia contra los esquejes del rosal. Este abuelo sonrosado y centroeuropeo en los ratos de asueto que le permiten las flores lee a Hörderlin: vosotros, cisnes benignos, embebidos de besos sumergís la testa en el agua sagrada y virgen. Después de rumiar estos versos en el porche junto con unos sorbos de vino e Oporto el abuelo la emprende duramente con el pulgón., Se levanta del sillón de mimbre, coge de nuevo la pulverizadora y comienza a sulfatar a todo bicho viviente que atente contra la belleza inmarcesible de las rosas. En la colonia se dice que este anciano tiene un pasado nazi. Ignoro si eso es cierto, pero me consta que este vecino tan pacífico conoce quiénes son ahora sus encarnizados enemigos y la forma de aniquilarlos: a las arañas rojas pequeñísimas y voraces, a los pulgones verdes, a las orugas que devoran los pistilos y estambres los espolvorea con azufre para que mueran por asfixia, contacto o ingestión. A veces hablo de Europa con este jardinero mientras él trabaja. Con una sonrisa .siniestra bajo el sombrero de paja me dice que Europa podría ser una maravillosa rosaleda si hubiera políticos que la cuidaran como él cuida su jardín. Creo que este abuelo sonrosado es un asesino. Algunos días al amanecer oigo los golpes de su azada desde mi habitación. Suenan como imagino que sonaban las azadas que abrían la fosa común en los campos de exterminio. Pero a la hora del aperitivo lo encuentro sentado en el porche leyendo a Hórderlin: cuando una delicia nueva brota en los campos, otra vez la apariencia embellecida. Y al escuchar unos versos semejantes nunca me atrevo a preguntar a este jardinero quién es en Europa ahora el pulgón verde y la araña roja. Puede que muchos sonrosados europeos piensen que los inmigrantes árabes, eslavos, africanos, suramericanos, están atentando contra la belleza de la rosa. El abuelo tiene una sonrisa que estremece.
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