El castizo y el cepillo
En estos momentos en que, por fin, el clima político parece haber elegido senderos de mayor templanza conviene, sin embargo, hacer una severa advertencia. Las llamadas "oportunidades históricas" no siempre lo son y, cuando parece que pueden serlo, no en todas las ocasiones fraguan. La pura necesidad puede imponer un pacto, pero eso no quiere decir que de modo necesario haya de realizarse. Es cierto que entre PP y CiU puede existir una mayor identidad en cuanto que la frontera está en la izquierda, pero muy a menudo existen factores más importantes para el desacuerdo., Por ejemplo, el generacional. Cuando todavía quien va a ser presidente del Gobierno tenía nostalgias de un régimen pasado hacía ya 15 años que Pujol había sido detenido y torturado por él.Conviene, pues, asumir que lo probable es que, habiendo acuerdo, no sea fácil y, en más de una ocasión, pueda ser puesto en peligro de manera incidental, sino, a título de ejemplo, por la concreta gestión de alguno de los ministros en el futuro Gobierno. Partir de este supuesto impone incluso un suplemento de expectativa confiada en lo que va a venir. Los problemas del pacto (y del Gobierno) no se harán presentes en unas semanas, sino en unos cuantos meses.
Estamos, pues, al comienzo y, por tanto, conviene, a la vez, dotarse de paciencia y evitar dos peligros que ya se otean en el horizonte. Se desprenden de las páginas de una antología de textos de Jordi Pujol que acaba de publicar el periodista Ramón Pi. En esas páginas hay, por supuesto, ese género de virtuosa apelación a la concordia que resulta habitual en los textos de los políticos. "No se trata de imponer razones", asegura, "sino de compartirlas". Pero eso sólo será posible si antes no se han evitado dos tentaciones que, de triunfar, averían de entrada cualquier posibilidad de diálogo.
Pujol las enumera respecto de Madrid y creo que merece la pena tomarlas en consideración. La primera nace de que con frecuencia en la capital circula -en materias europeas, pero también de relación con Cataluña- "un casticismo medio defensivo, medio petulante y, al cabo, inerme". He ahí un perfecto retrato de la situación precedente en la cual el catalanismo ha sido pertenciosamente descrito como un injerto entre fenicio y violador ole castellanoparlantes, producto del paleozoico, para concluir, al final, en una exaltación como mínimo inútil si no resultara, además, tan contraproducente. La actitud castiza -es importante recordarlo- no ha desaparecido, sino que se ha reencarnado en otras fórmulas. Ahora resulta que el pésimo no es el catalanista, sino el elector. España, dice un comentarista que se autotitula liberal, no es un país maduro, sino "un pueblo podrido hasta los tuétanos..., con ambición de, rebaño y ensueño de capataz". Pura herencia castiza de Costa, que describía a España como un país de eunucos dominado por. una pandilla de salteadores. Casticismo no es sólo este lenguaje, sino también esa superficialidad que presenta los obstáculos insuperables de otro tiempo como incidentes anecdóticos o banales.
Pero otro obstáculo para un acuerdo sincero y efectivo se identifica con un cepillo. Cuenta Pujol que, según Tarradellas, en Madrid "tienen un cepillo así de grande cada vez que les conviene y muchos nos dejamos hacer". Cepillarle la chaqueta al interlocutor no es un gesto de cortesía, sino una prueba de no tener sentido del ridículo. El aprendizaje del pasado descubre que esa adulación extemporánea -y no menos superficial que la actitud del castizo- hace mucho tiempo ya que ha dejado de ser conveniente y útil. Algún día habrá que mencionar también las posibles tentaciones de Pujol. La más grave es la de negociar (y explicarse) a través de lentísimos y farragosos meandros. Pero conviene concluir de forma más esperanzada. Hace 80 años Cambó aseguró que España era un ser incompleto y mutilado porque Cataluña había estado apartada de su Gobierno. Mucho han mejorado las cosas desde entonces, pero la realidad es que nunca la derecha democrática ha gobernado con el catalanismo. Ese importante reto debiera animarnos a todos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.