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Los factores políticos de la unión monetaria

GUILLERMO DE LA DEHESA El autor ahonda en los intereses políticos que ha defendido cada país y cómo han convergido para llegar a un consenso en la decisión de avanzar hacia la moneda única

La aprobación de la unión monetaria, por parte de los jefes de Estado y de Gobierno, como paso intermedio para alcanzar una futura integración política, es una decisión cuyos fundamentos son básicamente políticos, aunque tenga importantes consecuencias económicas. Dado que se trata de una decisión política, hay que intentar descifrar cuáles han sido los intereses políticos que cada país ha defendido y cómo han convergido para poder llegar a un consenso en la decisión de avanzar hacia la moneda única.Las decisiones políticas europeas son, generalmente, el resultado de un proceso político complejo y, como tales, reflejan los equilibrios de poder en Europa, especialmente entre Alemania y Francia. Francia y Alemania han sido los grandes promotores del proyecto y los que han hecho posible el Tratado de Maastricht, ya que es sabido que Europa sólo avanza cuando ambos países están de acuerdo. Los principales avances europeos se han debido a la perseverancia y capacidad de convicción de sus líderes: Giscard y Schmidt, primero, y Mitterrand y Kohl, después.

Para los citados líderes, la unión monetaria no es un fin en sí mismo, sino un medio para alcanzar en un futuro una Europa unida. Para ambos países, que han sido enemigos en tres guerras en menos de cien años y que han sufrido los estragos de las dos grandes guerras de este siglo, conseguir una Europa unida y pacífica es un objetivo prioritario.

Kohl, especialmente, ve en la unión monetaria un paso hacia una Alemania, ya unida y democrática, en una Europa unida siguiendo el modelo federal alemán, y a cambio de esta visión está dispuesto a perder la actual soberanía monetaria del Bundesbank (banco central alemán) y del marco en Europa, que se ha ganado, todo hay que decirlo, demostrando durante muchos años una estabilidad de precios envidiable y una reputación inmejorable en los mercados financieros mundiales.

Ahora bien, los alemanes en su conjunto, sin rechazar esta visión, se muestran muy reacios a perder una. moneda, con una estabilidad probada, a cambio de otra cuya reputación aún está por ver y que, en todo caso, no podrá ser tan sólida y estable como el marco, ya que no va a ser posible encontrar en el comité de dirección del futuro banco central europeo unos miembros con el mismo grado de aversión a la inflación como el que tienen los del Bundesbank. De ahí que más de un 70% de los alemanes crean que con el paso del marco al euro disminuirá el valor de su dinero.

El Gobierno alemán sabe que tiene que superar el escollo del posible rechazo de la moneda única por parte de la mayoría de sus ciudadanos, especialmente sabiendo que, de acuerdo con la sentencia del Tribunal Constitucional alemán, el Parlamento tendrá que emitir su opinión antes de que Alemania pase a la tercera fase, en un año además en el que habrá elecciones generales.

Ante este problema político, la reacción del Gobierno alemán y del Bundesbank está siendo doble. En primer lugar, ambos están insistiendo en que hay que ser lo más estricto posible en la interpretación de los criterios de convergencia, ya que así se consigue que la unión monetaria sea muy reducida, o, al menos, se inicie con el menor número de países posible (incluyendo lógicamente a Francia, ya que sin ella no habrá moneda única). Esto permitiría a Alemania seguir manteniendo una cierta posición hegemónica en la política monetaria europea, puesto que dicho grupo inicial incluiría, con alta probabilidad, a los países que ya forman con ella una zona monetaria óptima alrededor del marco (Holanda, Luxemburgo, Dinamarca, Austria) más Francia, con la única duda de Bélgica. Así se aseguraría una mayor estabilidad para el curo y se evitarían problemas políticos internos.

En segundo lugar, a través del "pacto de estabilidad" que ha propuesto el ministro de Finanzas Theo Waigel, se está intentando que aquellos pocos países que pasen a la tercera fase sigan manteniendo una fuerte disciplina presupuestaria bajo pena de sufrir multas elevadas o incluso ser expulsados de la unión en caso de reincidencia continuada.

Sin embargo, el Gobierno alemán también tiene abierto otro frente político más reciente, que es el de los industriales alemanes que están sufriendo la competencia de los productos de los países que han devaluado sus monedas frente al marco desde la crisis del Sistema Monetario Europeo (SME), especialmente Italia, España y -el Reino Unido. Se quejan con virulencia de que su pérdida de competitividad se debe a las "devaluaciones competitivas" de estos países y no a sus problemas internos.

Dichos industriales, que están muy bien organizados en lobbies (grupos de presión), están intentando forzar medidas proteccionistas que les defiendan de las llamadas "devoluciones competitivas". Este segundo problema político está haciendo que las autoridades económicas alemanas intenten ahora imponer una fuerte disciplina convergente y cambiaría también a aquellos que se queden fuera de la unión, para evitar que puedan competir con ventaja devaluando sus tipos de cambio frente al euro.

Por todo ello, bien podría ocurrir que, al final, la presión de las empresas alemanas actuase en favor de abrir un poco más la mano en la interpretación de los criterios de convergencia y evitar nuevas "devaluaciones competitivas" de los países que se queden fuera. Es decir, el Gobierno alemán tendrá que elegir entre hacer caso a los lobbies organizados de los industriales, que no quieren un marco o un euro caros, o a los electores en general, que no quieren que el euro suponga una reducción del valor de sus actuales activos en marcos.

Para Francia, sus dos intereses políticos fundamentales, en cierta manera, son contrarios a los de Alemania. A los franceses les interesa la unión monetaria porque es una forma de escapar a la actual hegemonía de la política monetaria alemana del Bundesbank, especialmente después de sufrir los duros efectos sobre su crecimiento de la unificación alemana y de haber tenido que depender de la generosidad del Bundesbank para poder salvar la estabilidad del franco durante la crisis del SMI en agosto de 1993.

Los enarcas franceses saben que hoy Francia ha perdido de facto su soberanía monetaria y que las decisiones monetarias europeas se toman en Frankfurt, por ello creen que, una vez dentro de la unión monetaria, su excelente preparación les puede dar un mayor peso relativo en las decisiones del Banco Central Europeo, igual que lo están consiguiendo ya en otras instituciones de la unión europea. A Francia le interesa asímismo que el grupo inicial que pase a la primera velocidad en 1999 sea más equilibrado y no ir acompañada, exclusivamente, de los actuales países de la zona marco. Para ello, intentará que España, Portugal, Irlanda y, si es aún posible, Italia estén en condiciones de, con una interpretación más flexible, formar parte del grupo de cabeza.

Para Italia, España y Portugal el interés político de entrar en la unión es triple. Por un lado, saben que quedarse fuera supone continuar con el duro estigma de no ser países virtuosos en la conducción de sus políticas fiscales y monetarias y de ser atacados, de nuevo, por los mercados financieros, lo que les alejaría aún más de¡ grupo de la primera velocidad. Por otro lado, saben que, si logran pasar, podrán adquirir, definitivamente, una mejor reputación de países serios y disciplinados en política económica con lo que reducirán sus actuales primas de riesgo y podrán, una vez dentro, converger más rápidamente que fuera. Por último, saben que es muy importante tener alguna influencia, aunque pequeña (ya que ahora no tienen ninguna), en la futura política monetaria europea, y eso sólo se consigue pudiendo sentarse en el consejo del Banco Central Europeo.

Al Reino Unido, que tiene la posibilidad de elegir no entrar en la unión monetaria aunque cumpla los criterios de convergencia, le asusta una Europa federal, ya que es muy celosa de su soberanía monetaria y fiscal, que ha defendido siempre con contundencia. Se inclina, en mayor medida, por una Europa basada en el Mercado único, del que fue promotora y defensora a ultranza, y ampliar éste a Europa Central y del Este y a Turquía. Sin embargo, por un lado sabe que quedarse fuera de la unión monetaria puede afectarle no sólo a la reputación de su política y a su prima de riesgo frente al nuevo euro, sino también a su gran centro financiero de la city de Londres y, por otro lado, reconoce que, aunque le ha ido bastante bien hasta ahora fuera del SME, su actual política monetaria y fiscal no ha sufrido aún el test de los mercados en tiempos de crisis y que estaría mucho más arropada dentro de la unión monetaria.

En definitiva, desde el punto de vista político, la negociación de la unión monetaria no es un juego de suma cero sino de suma positiva, ya que todos los países salen ganando mediante el intercambio de intereses políticos de largo plazo de unos a cambio de otros intereses, de más corto plazo, de otros.

Guillermo de la Dehesa es presidente del Consejo Superior de Cámaras.

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