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Juego de lágrimas

Todos lloraban, padres e hijos, en la mayor ceremonia del arte dramáticoEmpezaba a creer que era culpa mía, senilidad o así, eso de que lloro como una perra en cada entrega de los oscars, pero el lunes entendí, por fin, que es cosa del guión y del destino. Fíjense en la mezcla de esta edición. Un actor grandioso, Kirk Douglas, que recoge el Oscar al trabajo de toda una vida cuando, visiblemente, está en las últimas (fue conducido hasta el backstage en silla de ruedas). Christopher Reeve, que fue Superman, dando un ejemplo de valor y coraje digno de un ser humano, y no de un personaje de cómic. En la sección documentales tuvimos, además, a una superviviente del Holocausto, y a la señora que encontró en el suelo el diario de Anna Frank. Lloraba todo el mundo, quien por una cosa, quien por otra, quien por todas. Paul Sorvino fue el que mas, cuando su hija Mira recogió la estatuilla por su trabajo como secundaria; los Douglas tampoco fueron a la zaga. Padres, madres, hijos, hijas, e incluso abuelas de las stars ocupaban casi la mitad del aforo. Sharon Stone se trajo a su progenitor y, lo que yo nunca esperé, Kevin Spacey, el inquietante actor de Sospechosos habituales y Seven, le dio las gracias a su mamá por haberle obligado a estudiar arte dramático. En el fondo, son todos como la Pantoja.

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El pase de vestuario con que se inició el espectáculo tuvo el interés adicional de disfrutar de la belleza física de los modelos -lo más hot del catálogo internacional-, aunque no le gustó al diseñador James Acheson, ganador por Restauración, que iba por ahí largando contra la forma en que se habían exhibido sus trajes. Según él, los guapos que los lucían ensombrecían el fulgor de las enaguas. Pierce Brosnan estuvo bien, pero Naomi Campbell parece un replicante -juro que no es envidia- y Claudia Schiffer trabaja en esto con la misma frialdad con que lleva su noviazgo con el del conejo en la chistera.

Lo mejor de la noche fue Whoopi Goldberg, que tiene una capacidad asombrosa para improvisar cuando le viene en gana. Este año estaba reinona por haberse dado el gustazo de que la Academia la llamara de nuevo -fue presentadora en el 94-, tras el fiasco que supuso David Letterman en la ceremonia del año pasado. Whoopi afirma que, cuando está en el escenario, las dos únicas cosas que teme son tropezar y que le llegue el periodo. En esta ocasión se saltó el guión al menos dos veces. Una, cuando, al leer en el prompter la definición del papel de Elizabeth Sue en Leaving Las Vegas, vio que habían cambiado la frase "una atractiva prostituta" del ensayo, por la más suave "una frágil buscona". "No me hagáis decir esto", añadió la Goldberg por su cuenta. Dos, cuando, rememorando tiempos pasados, hizo recuento de las cosas que han cambiado y, mirando a la platea, soltó: "Incluidas las tetas que hoy hay aquí". En el guión ponía los rostros. Entre el lifting y la silicona, eligió lo segundo.

Sólo Quincy Jones, productor del show, lució el famoso lazo multicolor que el reverendo Jesse Jackson pidió que portaran todos. Por su parte, Whoopi zanjó el asunto con un contundente: "No le pidan a una negra que ha conseguido un traje de lujo que se lo llene de cintas".

Babe, que partía como favorita, sólo consiguió la estatuilla a los efectos visuales -desde luego, Miss Piggy le hizo vudú- y El cartero (y Pablo Neruda), para la que el solo hecho de estar nominada entre las mejores películas ya ha significado un triunfo, se hizo merecidamente con el Oscar a la mejor banda sonora de drama. La única consecuencia escalofriante de que El cartero no haya obtenido el Oscar principal es que en Hollywood ya se están apresurando a adquirir los derechos para hacer la versión norteamericana. Especulo que quizá la rueden con Brad Pitt como postman y Sidney Poitier como poet. Porque yo sí me pondría un lazo como una coliflor en la solapa en protesta por el discurso que se largó al final, prácticamente en verso.

Un detalle que me gustó fue la discreción con que se comportaron las parejas de algunos nominados. Por ejemplo, Amy Madigan, estupenda actriz casada con el estupendo hombre Ed Harris. Iba tres pasos atrás de su marido, cual devota cónyuge musulmana o cual consorte de la reina de Inglaterra. Y en cuanto a Greg Wise, el macizo novio de Emma Thompson, directamente se volvió missing. Ed llevaba chaleco, pero no el de la suerte, que lucía en Apolo 13. Y perdió. En cambio, Mira Sorvino llevaba en el anular un anillo-fetiche que han usado tres generaciones de mujeres de su familia. Y ganó. Por cierto, qué cariñoso estaba con ella su novio Tarantino. Lo cual me alegra porque, con el cine que hace, me estaba temiendo que la usara de sparring.

¿Vieron la cantidad de trajes marrones que envolvían a las damas? Sandra Bullock, ataviada, fiel a su estilo, de chica sencilla que cambia los jerséis dados de sí por la melenona de salir con el novio, iba de marrón. Y lo mismo, en el otro extremo de la escala de la elegancia, Anjelica Huston, que acabo de enterarme de que se cartea con los niños de un colegio de Mataró (Barcelona), desde que éstos le mandaron un dibujo, tras haberla visto en la película que hizo basada en el cuento Las brujas, de Roald Dahl. Pues sí, cada tres meses les escribe y les cuenta cómo le va la vida. Eso es tener clase, y no lo de Emma Thompson, que en la rueda de prensa posterior a su triunfo compareció ante los periodistas sujetando en la misma mano el Oscar que acababa de ganar y los zapatos que acababa de quitarse. Esa naturalidad me saca de quicio, porque viene a significar: ved lo sencilla que soy y la poca importancia que le doy a esta nueva estatuilla. O la mucha que le da a los zapatos. Por último, destacar que el premio al pronóstico más desacertado -aquí pasa como en España con las encuestas electorales- debería ir a parar a Michael Luttin, astrólogo de la prestigiosa revista Vanity Fair, que predijo al llegar al Pavillion -con más plumas que Pocahontas- que Babe lo ganaría todo, porque este en el calendario chino es el año del cerdo.

Pues bien, los que más lloraron, tras los resultados, fueron James Cromwell, su señora, sus tres hijos y una anciana tía, que le acompañaban en la ceremonia.

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