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Una novillada excelente

Jaral / Canales, Macareno, Calvo

Novillos de Jaral de la Mira (uno devuelto por inválido), terciados, encastados; muy nobles 2º y 5º. 6º sobrero de Alejandro Vázquez, con trapío, inválido y aplomado.

Canales RIvera: estocada tendida trasera ladeada perdiendo la muleta (aplausos y, también pitos cuando saluda); pinchazo y estocada muy trasera (silencio). Macareno: estocada muy trasera y dos descabellos (algunos pitos); pinchazo, estocada ladeada -aviso-y dobla el novillo (silencio). José Calvo: dos pinchazos y media trasera (silencio); estocada muy trasera (escasa petición y vuelta).

Plaza de Las Ventas, 24 de marzo. Media entrada.

La novillada del Jaral, encastada y bonita, resultó excelente. No es que los novillos regalaran las orejas. Eso sólo lo hicieron algunos. Pero fue mejor, porque sacaron el temperamento del toro bravo; lo que equivale a decir el toro de lidia de toda la vida.

Los taurinos profesionales -esos que se reunirán dentro de unas semanas para exigir la autorregulación- no están muy conformes con el supuesto. Los taurinos profesionales consideran toros excelentes aquellos que van regalando orejas. Y fieles a su teoría, públicos excelentes son los que regalan orejas también. La excelencia es extensible, naturalmente: a los veterinarios que hacen la vista gorda en los reconocimientos de las reses; a los presidentes que están a la orden de los empresarios, los toreros y los ganaderos; a los ganaderos que sirven el toro mocho y pocho; a los revisteros que cantan las gracias del estamento taurino entero, y de ahí hasta el infinito.

La fiesta de los taurinos autorreguladores es aquella en la que la gente se retrata en taquilla a precios desorbitados, pide música en cuanto empieza la función, jalea a las cuadrillas, aclama a los diestros, los cubre de trofeos y flores, los saca a hombros por la puerta grande y sale enloquecida de la plaza gritando "¡Viva la Fiesta Nacional!".

Si el espectáculo valía en realidad tanto o menos, eso ya no importa; si gozó con su desarrollo la afición, tampoco. De donde se deduce que la complacencia de la afición en esta novillada venteña u otras de similar corte, les trae a los taurinos sin cuidado.

Y, sin embargo, es de rigor señalar que la afición madrileña pasó una tarde de las que se agradecen, pues el juego de los novillos resultó interesantísimo. Los hubo bravos y los hubo bravucones, que no es la misma cosa; los hubo violentitos y los hubo suavones; los hubo renuentes a seguir la pañosa si no se les ofrecía en la distancia y en el terreno que demandaban su condición y los hubo prontos a cualquier cite.

Distinto es que las cuadrillas les dieran lidia y los matadores fiesta. No fue de las peores tardes de tropelías por parte de los picadores, mas hubo uno que acorralando al novillo contra las tablas y tundiéndolo trasero estuvo a punto de dejarlo para el arrastre. Un espectador gritó: "Os deberían picar a vosotros". Bueno, quizá sería excesivo. En cambio, al castoreño, sí. Un castoreño pasado por la máquina de picar carne, convertido por tanto en pasta para hamburguesa, constituiría todo un símbolo.

Lo bueno de los novillos de El Jaral es que se crecían en banderillas y ya no cesaban de embestir. Canales Rivera lanceó bien al primero y se vio un poco desbordado en la faena de muleta, pero el hombre allegó coraje para resolver las codiciosas arrancadas. En una resultó encunado por una pierna y no le inmutó. Quiere ser torero Canales Rivera. Al cuarto lo recibió al vuelo de una emocionante larga cambiada de rodillas y su muleteo resultó más tesonero que hondo; más voluntarioso que brillante. La verdad es que estuvo reiterativo y acabó poniéndose pesadísimo.

El lote mejor le correspondió a Macareno, que no supo aprovecharlo. Aquellas embestidas francas, fijas, sostenida de sus novillos requerían una templanza que no aplicó en ningún momento. Esos dos novillos, que hicieron segundo y quinto, sí regalaban las orejas; esos novillos sí pedían medirse con alguien que se sintiera torero en la profundo. Y Macareno no se encontraba, al parecer, en semejante estado de gracia.

El triunfo se lo ganó el debutante valenciano José Calvo. Valiente en su primero -algo probón y violento, aunque embestidor al cabo-, el éxito lo consiguió con un sobrero de Alejandro Vázquez, que se aplomó. Es curioso: sus más aplaudidos pases los consiguió cuando menos embestía el toro y tomó nota la afición de cómo resolvió uno de los múltiples parones del animal ligando guapamente el pase de pecho al de la firma. No es que mereciera la oreja por eso, pero se ganó volver al histórico coso. El torero auténtico y el toro íntegro es lo que quiere la afición. O sea, la fiesta brava; la fiesta del arte y del valor, que llaman.

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