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Cochinadas capitalistas

Juan José Millás

En Madrid puedes conseguir por teléfono una pizza, una paella, un pollo asado. El capitalismo consiste en que te lleven a casa lo que quieras. Si te fijas en los anuncios por palabras de este suplemento, verás que por teléfono puedes solicitar también cuerpos variados, masculinos y femeninos, desde el de África, una esclava negra (así se anuncia), hasta el de una viuda de luto que te lo hace por 6.000. Hay también chicos musculosos en la frontera de la edad legal y sumisas, viciosas o desesperadas. El otro día se anunciaba una mujer cuyo reclamo consistía en ser asturiana. Este vicio sexual, el de la asturianía, es completamente nuevo y viene a engrosar la lista de lluvias doradas, cueros, besos griegos y otras barbaridades que usted puede conseguir con sólo marcar un número. Esto es lo bueno del capitalismo, que en 20 minutos tienes en casa lo que te apetezca y que si te tardan más de 30 te rebajan el género, pues practican la costumbre de autopenalizarse aunque no hayas pedido una pizza masoquista, sino marinera.Si lo que quieres es conversación trascendental, puedes comunicar con el Teléfono de la Esperanza. Y si se te muere el perro, hay otro de recogida de animales fallecidos. Sin embargo, no existe ningún servicio al que llamar para que te lleven a casa un tubo de optalidones o un material antiflogístico. Se ve que las medicinas no acaban de entrar en el sistema mercantil porque se trata de un sector dominado por la utopía comunista. De hecho, el colegio de farmacéuticos se ha enfadado mucho porque en Conde de Peñalver ha aparecido una cochina farmacia capitalista que abre las 24 horas del día, como si la botica fuera un negocio, en lugar de una vocación de servicio cuyas leyes deberían permanecer al margen de las del mercado. No queremos ni pensar qué pasaría si cundiera el ejemplo y desapareciera la noble institución de la farmacia de guardia, cuyo ejemplo ha mantenido unidas incluso a las familias divorciadas.

Yo, por un lado, estoy a favor del capitalismo porque consumo individualmente muchas pizzas, además de ser un usuario total de teletaxi. Pero, por otro, creo que la compra de tapones de cera para los oídos no debería dejar de ser una experiencia comunitaria, como en Tres Cantos, donde la escasez de farmacias produce ante estos establecimientos las colas características de las sociedades colectivistas. Es decir, que soy partidario de una economía mixta en la que el Estado corrija los excesos del mercado. Uno de estos modos de corrección, por ejemplo, consistiría en que una institución ajena a las pasiones individuales, como el colegio de farmacéuticos, regulara la concesión de licencias para farmacias, de manera que sólo accedieran a este sacrificado menester personas con una sólida formación religiosa y política, incapaces de dar el bochornoso espectáculo al que estamos asistiendo en Conde de Peñalver. Sería una pena que los farmacéuticos y las farmacéuticas perdieran ese instinto de pobreza que les caracteriza, y con él la vocación de servicio que les lleva a venderte desde pañales con música hasta pulseras de cobre para el reúma, sin olvidar los champús anticaspa y toda esa variedad de cremas hidratantes que no tenían ninguna necesidad de expender, porque lo suyo es antiflogístico: todos sabemos que lo hacen por amor al prójimo.

Pero, claro, este amor y esta vocación sólo se pueden mantener dentro de los límites de un horario decente, de comercio tradicional. Hay que acabar por tanto, y cuanto antes, con esa cochinada capitalista de Conde de Peñalver, donde puedes conseguir un orinal de Chicco o un chupete anatómico a las cuatro de la mañana. ¿Para qué puede querer alguien un orinal a esas horas sino para la realización de algún vicio ínconfesable como la lluvia dorada, la esclavitud negra o la asturianía? Por lo visto, en esas farmacias practican al amanecer la depravada práctica de la toma de tensión. Las autoridades deberían oír al colegio de farmacéuticos, cuyo presidente tiene un establecimiento con colas colectivistas en Tres Cantos, para salvar a estos comercios de las leyes del mercado al que algunos desviados pretenden conducirlos. Muchas gracias.

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Sobre la firma

Juan José Millás
Escritor y periodista (1946). Su obra, traducida a 25 idiomas, ha obtenido, entre otros, el Premio Nadal, el Planeta y el Nacional de Narrativa, además del Miguel Delibes de periodismo. Destacan sus novelas El desorden de tu nombre, El mundo o Que nadie duerma. Colaborador de diversos medios escritos y del programa A vivir, de la Cadena SER.

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