Naciones y votos
Entre tantos vencedores como han deparado las pasadas elecciones, sólo los nacionalistas sufren una ligera pérdida en términos absolutos y, debido al incremento del censo, un retroceso no despreciable en términos relativos. CiU ha perdido, en números redondos, 25.000 votos y la infatigable diputada Rahola hablará en nombre de 22.000 catalanes menos, lo que podría aliviar los martirizados oídos de los madrileños si fuera capaz de reducir en la misma medida su caudaloso chorro de voz. Por el lado vasco, el incremento que ha experimentado el PNV no Ilega a enjugar las pérdidas sufridas por EA y HB, que ceden, entre los dos, unos 40.000 votos. El resultado final es que la suma de todos los nacionalismos vascos no llega ni a la mitad de los votos emitidos en su propia comunidad (se queda en el 47%) y nada menos que el 66% de los votantes de Cataluña da la espalda a los partidos nacionalistas cuando se. trata de enviar a sus representantes al Parlamento español.Se mire por donde se mire, esto es un parón, y hasta un retroceso, en la marcha hacia la construcción de la nación ideal en la que están empeñados unos y otros. En el lenguaje nacionalista, la nación es como un individuo trascendente cuyo origen se remonta a la noche de los tiempo. La nación se les presenta como una totalidad, al modo de una divina hipóstasis, dotada de una personalidad propia, sin fisuras internas, que perdura como un ser singular a lo largo de la historia. Cuando Arzalluz o Pujol dicen "este pueblo, esta nación", parecería que tienen detrás una comunidad compacta, un bloque homogéneo dispuesto en orden de batalla, en marcha a la conquista de un destino inmortal. No es así, desde luego, pero esa persistente realidad no obsta para que sigan hablando, como Aznar cuando había de España, de sus respectivas naciones como sujetos llamados a grandes aventuras y exaltantes proyectos. Y ahí, en ese lenguaje predemocrático, es donde radica el problema para entenderse, pues como por la boca del pueblo, que diría un romántico, es Dios mismo quien habla, cuando alguien habla en nombre de la nación, cree hablar en nombre de Dios y entonces no hay más que barullo y guerra.En lugar del lenguaje de la nación como comunidad imaginada, los líderes nacionalistas tendrían que limitarse a poner encima de la mesa los votos que cada uno de ellos ha obtenido. Quizá entonces podrían entenderse, porque, en tal caso, ni Aznar hablará en nombre de España ni Arzalluz o Pujol invocarán el nombre de Euskadi o Cataluña. Tendrán en cuenta, por el contrario, :sus debilidades respectivas, lo corto de sus resultados. El primero ha recibido cerca del 40% de los votos válidos españoles, el segundo no llega al 26% de los vascos y el tercero se ha quedado rozando el 30% de los catalanes: un resultado ideal para que todos los nacionalistas -españoles,vascos, catalanes, todos de centro o de derechas, todos católico, todos creyentes en algún destino manifiesto- se lo piensen dos veces antes de blandir como un arma el nombre de sus respectivas naciones.
En una democracia, los partidos no hablan en nombre de la nación, hablan en nombre de los ciudadanos que votan. Porque, si para negociar los dirigentes políticos se sienten investidos- del divino manto nacional, si creen que en ellos se encarna ese sujeto eterno, entonces se les calienta la boca y no hay manera de ponerse de acuerdo. En cambio, si hablan como representantes del 25%, el 30% o el 40%, que es cosa más prosaica y parcial, todos tendrán conciencia de los límites, de su poder y estarán mejor dispuestos a renunciar a una parte de su programa máximo a cambio de avanzar por el mínimo. Si la única fuerza que llevan a la negociación es la de los votos, no deberían tropezar con dificultades invencibles para suscribir algún tipo de pacto que a lo mejor no garantizala construcción de la nación ideal, pero asegura, al menos, el Gobierno del Estado por unos años.
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