El pistolero había sido denunciado por abuso de menores y era conocido por su afición a las armas
El perfil de Thomas Hamilton, el hombre que ha vestido de luto a Dunblane, energía ayer poco a poco de la sombra gracias a los testimonios dispersos aportados por los habitantes de esta localidad escocesa y de la cercana Stirling, donde residía. Hamilton, de 43 años, era un sujeto solitario que apenas mantenía trato con los vecinos del barrio de viviendas municipales donde vivía. Aun así, la policía de la zona estaba al corriente, por varias denuncias presentadas contra él, de su desmedida afición a los menores y a las armas de fuego, para cuyo uso poseía una licencia en regla.
Un portavoz de la Asociación de Scouts de Escocia reiteró ayer que Hamilton fue obligado a dimitir de su puesto de monitor, desempeñado entre julio de 1973 y marzo de 1974, por "irregularidades en su conducta con los jóvenes". Un término que esconde probablemente la más dura des cripción de abusos deshonestos contra sus pupilos en la organización. Los mil y un intentos de Hamilton para regresar al seno de los scouts fueron rechazados de plano. Y fue un revés moral que nunca superó del todo, si se tiene en cuenta que hace apenas unos meses llegó a escribir a la reina de Inglaterra reclamando justicia para su caso. No obstante, no se desalentó por este fracaso. En los años ochenta fundó un nuevo centro para jóvenes en su propia ciudad conocido como Stirling Rover Club y, hasta el momento de la tragedia, Hamilton gestionaba una especie de club juvenil en la escuela secundaria de Dunblane.
"Lo que hacía era llevar a los chavales al club de tiro. Era un loco de las armas". Roddy, camarero en un pub de Dunblane, tuvo que beberse ayer muchas cervezas para superar el dolor por lo ocurrido. Uno de sus sobrinos, un niño de cuatro años y medio, cayó fulminado por un tiro en la cabeza salido de una de las cuatro pistolas disparadas por Thomas Hamilton en la escuela primaria a la que el propio comarero Roddy acudió.
La tentación de pensar que la personalidad de Hamilton es la calve delo ocurrido; la sosopecha de que si -y en esto es inevitable recordar a otro famoso y menos apasionado criminal, como Frederick West, el asesino de la casa de los horrores de Gloucester- la policía hubiera tomado en consideración las denuncias, nada hubiera ocurrido, crecía ayer de forma imparable en Dunblane.
Incluso el ministro para Escocia, el conservador Michael Forsyth, representante en el Parlamento de Westminster de esta misma circunscripción, se vio obligado a recordar ante las cámaras de la BBC que nunca llegó a haber razones claras para detener o encarcelar al hombre que el mundo entero ve ahora como un monstruo.Pequeños escándalosSólo a la luz de lo ocurrido ayer, los pequeños escándalos en la biografía de Hamilton cobran algún sentido. Los comentarios de sus ancianas vecinas en el bloque de casitas grises donde el asesino vivía en Stirling se limitaban ayer a describir su conducta como la de un ciudadano británico no demasiado alejado de lo normal. "Era un solitario, no hablaba con nadie", señalaba una de las vecinas.
Pero nadie en el Reino Unido, cuna de excéntricos, encontraría anormal a un sujeto que no se comunica. En la sociedad británica, la conducta de Hamilton pasó inadvertida. Y en todo caso, los mecanismos mentales que le condujeron a tomar tan atroz decisión asesina se escapan a cualquier mente normal.
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