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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Elogio de la cordura

LAS URNAS arrojaron el 3 de marzo un resultado que obliga a entenderse a partidos hasta ayer mismo enfrentados, a veces con mucha virulencia. De momento, uno de los efectos positivos ha sido un cierto alivio del estado febril que presidía la vida pública española. Políticos que sólo intercambiaban sarcasmos, cuando no insultos, discuten ahora civilizadamente, y hasta los más fanáticos partidarios de tensar la cuerda, caiga quien caiga, hablan ahora de cerrar, heridas que ellos mismos se ocuparon de profundizar. Si este retorno a la cordura no es flor de un día, importará menos que el veredicto de las urnas no haya puesto fáciles las cosas para la gobernabilidad del país.A esa mejoría del clima político ha contribuido, sin duda, el consenso generalizado sobre la necesidad de evitar unas nuevas elecciones inmediatas. Ganadores y perdedores coinciden en que ésa sería la peor salida imaginable. A partir de ahí, la aritmética parlamentaria permite diversas combinaciones -alguna políticamente disparatada-, pero ninguna fórmula que no esté encabezada por José María Aznar resulta creíble. Las urnas apuntan con claridad a un Gobierno del PP con apoyos nacionalistas, especialmente de los catalanes, que con sus 16 escaños vuelven a tener en sus manos la llave de la gobernabilidad, tal y como proclamaron en su eslogan de campaña. Pero la aritmética no basta para configurar una voluntad política. La estrategia desplegada por Aznar y su equipo durante los últimos tres años no facilita precisamente el entendimiento con quienes eran hasta ayer poco menos que unos ventajistas que estaban expoliando al Estado a cambio de tapar las vergüenzas de González -y, de paso, las propias-.

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Se asegura que la alianza con los nacionalistas se ve favorecida por su adscripción al mismo espectro ideológico, el centro-derecha. Esto último es cierto, pero de ello no se deduce necesariamente una mayor propension al pacto c uando al mismo tiempo existe una profunda desconfianza mutua en materia tan básica como la concepción del Estado autonómico. Dirigentes de CiU han subrayado que apoyar la investidura de Aznar supondría un grave coste político para ellos. Los nacionalistas catalanes se han abstenido en todas las sesiones de investidura, salvo en dos: la de. Calvo Sotelo en 1981, inmediatamente después de la intentona golpista, y la de González en 1993, después de alcanzar algunos compromisos en materia económica y de desarrollo autonómico.

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Repetir la experiencia de hace tres años, ahora con Aznar, parece dificil a estas alturas. No sólo por los feroces enfrentamientos habidos, sino porque CiU y PP compiten, al menos en parte, por el mismo electorado. Ciertamente, Pujol ha pedido el voto para ser clave en Madrid, pero ha puesto idéntico énfasis en la necesidad de actuar como parapeto contra el ascenso que se creía imparable del PP. En todo caso, le corresponde a Aznar tomar la iniciativa para seducir a Pujol con un programa de gobierno que el presidente de la Generalitat catalana pueda presentar a sus electores como positivo para España y también para Cataluña.

El territorio de los pactos concretos, sobre el presupuesto, por ejemplo, no requiere tomas de posición de gran contenido ideológico, sino el pragmatismo de quienes participan en el acuerdo, y resuIta más fácil. No sucede lo mismo con la investidura, cargada de contenido emblemático. Un pacto político no puede plantearse, tal como sugieren algunos líderes del PP, a partir de un alarde de volatilidad ideológica que per mite subrayar la excelencia de lo que se ha execrado durante la campaña sin que medien siquiera unas horas de luto por las convicciones fallecidas.

Los pactos y las alianzas deben ser fruto de la transacción razonable entre convicciones serias para que surjan puntos intermedios entre quienes pactan. Encontrarlos es la tarea de los, negociadores y, sobre todo, de quien pretende convertirse en el presidente de todos los españoles. Es comprensible que CiU desconfíe de quienes hasta hace una semana no se recataban en mencionar el apartheid para referirse a la política lingüística de la Generalitat.

CiU apunta como fórmula más adecuada su abstención en la votación de investidura para dar paso luego a apoyos concretos, uno a uno, a un Gobierno del PP en minoría parlamentaria. Pero esta salida exigiría que alguien más -PSOE o Izquierda Unida- se sumara a la abstención, y el Gobierno resultante sería extremadamente débil en el Parlamento. Es posible, con todo, que en última instancia sea necesario explorar incluso esta vía para evitar el mal mayor de una inmediata convocatoria a las urnas, pero el candidato Aznar está obligado antes a jugar a fondo la baza de la negociación con los nacionalistas catalanes y a demostrar que lo que fue posible para González debe serlo también para él, que cuenta con la teórica ventaja de una mayor vecindad ideológica. Los hombres de Estado se hacen en los desafíos más difíciles.

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