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Tribuna
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La edad del frío

Mientras el planeta se recalienta, la sociedad se enfría. Los cuatro últimos años del fin de siglo prometen comportarse como una masa en extinción que se irá apagando gradualmente hasta la Nochevieja de 1,999. La política ya ha presentado múltiples indicios de esta tendencia hacia la congelación provisional.En todo Occidente, al ardor de las ideas políticas de los años sesenta y setenta ha ido sucediendo una ascendente indiferencia y, al cabo, cuando las trifulcas arrecian tienen menos que ver con las predicaciones que con las prevaricaciones. La discusión social pasa desde las tribunas a las alcobas, y las alcobas también pierden temperatura ambiental.

Contra la idea del sexo alegre y colorado de la revolución sexual, los noventa recalcan el sexo seguro, atemorizados por el sida y el ascenso, muy norteamericano, del miedo al otro. Frente a la orden de "sujetadores fuera" hace 30 años, una nueva generación es convocada a ponerse algo antes de hacer el amor.

Toda esta nueva cohorte finisecular busca además su deseo sexual más allá del cuerpo del amante y echa mano de la química en pastillas. En buena medida, también, los alimentos -la carne incluida- han dejado de ser alimentos netos.

En Estados Unidos o en Francia se ha empezado a utilizar la palabra "alicamentos" (unión de alimentos y medicamentos) para referirse a una batería de productos cuyo destino no es tanto el placer de sus sabores como su beneficio medicamentoso. Algunos yogures en Estados Unidos se están ofreciendo como sucedáneos de vacunas, sea contra la gripe o contra la hepatitis B. El consumo de carne roja ha decrecido en todo el mundo y, en general, la cocina, empezando por la vistosa gastronomía mediterránea, ha sido medicalizada.

La sociedad total general se enfría con su autocontemplación continua en el espejo de las encuestas. Cada sondeo resta una dosis de inocencia y de pudor. De ahí la emoción con que se ha sentido, de un lado o de otro, los resultados electorales españoles.

La sorpresa ha devuelto la fe en el efecto del desnudo, en los organismos con misterio y sin la fatalidad del sociomaquinismo.

Pero se trata, efectivamente, de una excepción. Los gobiernos, desde Washington a Madrid, gobiernan con extrapolaciones estadísticas; los bancos centrales, desde la Reserva Federal al Banco de España, se guían por reflejos derivados de ecuaciones prefabricadas.. La política económica en general ha escogido para culminar el siglo el bienestar de las frigorías. Todo Occidente se empeña en la reducción de la inflación, en la baja del tipo (le interés, en la disolución de los desequilibrios. El Estado ideal de Maastricht se aproxima a una ataraxia de crecimiento cero, el odio a los calentamientos. Donde reinaban altas hogueras de precios flameando de una punta a otra de América Latina ahora arden bujías.

La sociedad mira al ahorro antes que al despilfarro de los años ochenta, compra más tranquilizantes que anfetaminas, asciende en el aprecio por el agua y hasta se ha inaugurado una época de bebidas new age desde la Colorado (McCain) hasta la Tropical Radical de Pepsi que han disparado las ventas en Estados Unidos. Hasta el consumo de flores se ha puesto de moda. Ya comíamos la coliflor o la alcachofa, que son flores, pero ahora empieza pregonarse el beneficio de las petunias y las adelfas. Lo vegetal ha ganado mucho predicamento respecto a lo animal porque lo vegetal es más pausado, más distante, más objetivo. Incluso el amor-amor ha encontrado su fórmula perfecta de distanciamiento en el ámbito cibernético. Todas las relaciones personales que se precien de ser modernas pasan en el fin de siglo por las autopistas de la información e Internet es el lugar emblemático de la comunicación contemporánea. ¿Son justificables los celos de alguien porque su pareja se relacione con otro u otra en Internet? Preguntas así, creadas sobre el helor del ciberespacio, definen el espíritu de lo más postrero.

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