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Bilingüismo en las escuelas

El bilingüismo lo trajo a España un legionario del Imperio romano cuando dijo en latín a una íbera: "Tía, estoy por ti". Y a los pocos años ya tenían cuatro vástagos bilingües. Se dice que las íberas sabían latín, pero no es cierto, se referían los historiadores a otras artes. La lengua del Lacio ni era fácil ni lo ha sido nunca. Los romanos sí lo hablaban. Si hubiesen tenido que aprenderlo, decía el poeta alemán Heine, no les habría quedado tiempo para conquistar el mundo. El Imperio, como el Ministerio, también puso escuelas en Hispania, y el latín corrió la misma suerte que el inglés: sólo llegaron a dominarlo, en sus primeros tiempos, los niños ricos que viajaban a Roma, que era por entonces lo mismo que Londres ahora.Nos invade el inglés por méritos, por narices y por acuerdo entre el British Conuncil (que es algo así como el SPQR) y el Ministerio de Educación. Los chicos que tengan ese honor podrán hablar en inglés y enterarse de lo que vale un peine cuando vayan de vacaciones a Irlanda. De la misma manera asistimos al entierro del latín después de más de dos mil años de edad, y la agonía de sus románticos profesores. Somos privilegiados espectadores del sepelio, y del despliegue irresistible del inglés. Y que nadie pronostique el próximo milenio, resultará gratuito.

Con la misma fe que creo en el bilingüismo, rechazo el culto al inglés y denuncio la multiplicación de libros, cursos, viajes y otros quehaceres británicos, mientras ese mismo afán no llegue también a la Física, a la Filosofía, a la Historia y al Arte, entre otras asignaturas.

Desdeño la manera que tenemos de entender el mundo según la intensidad de la galopada hacia la acumulación de bienes. Me incomoda pensar que una dedicación tan intensa oscurezca o eclipse en nuestros jóvenes el descubrimiento de su propia identificación, de la nuestra.Tenemos muchas cosas que aprender a la vez que la lengua del imperio anglosajón: los fanáticos del poder deberían estudiar Ética; los conductores irascibles, Retórica; los propensos a la toxicomanía, Ciencias Naturales; los parados, Filosofía; los que votan a partidos inspirados en Marx, un viaje por Rumania y Chechenia; los intolerantes, Civismo; los que dicen entender de sentencias de muerte y las ejecutan, Biología; los insaciables pilotos, buenos exámenes de Historia Social; los políticos Matemáticas (su mar y restar sin llevarse nada) y los doctos y encumbrados profesores, Ciencias Humanas. Y si algún chico no aprende inglés ahora, que no se preocupe. Eso les pasa también a los que asisten a clase.

Añadir a un instrumento tan nuestro (el español) otro distinto (el inglés) es como ponerse un brazo ortopédico, nunca se podrá utilizar como el propio. El auténtico bilingüismo ha sido siempre tan natural como el monolingüismo, y su adquisición el resultado de la convivencia en el país en que se habla. De manera natural los catalanes en el siglo XVI abandonaron su propia lengua en favor del español. Los romanos no impusieron la desaparición del íbero, y sin embargo se fue. El vasco permaneció a pesar de las influencias del latín, y perdura en contra de las previsiones de muchos eruditos. La carrera imparable del inglés no puede desplazar a otras materias, pues no será más que un brazo ortopédico añadido a los naturales. El bilingüismo no se obtiene con horas de clase en el colegio, sino con el método irreflexivo y natural que usó el aguerrido legionario romano cuando dijo en latín vulgar a la hermosa íbera: "Tía, me molas".

es doctor en Filología por la Universidad Complutense de Madrid.

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