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Woody Allen cautiva al público español

El cineasta y su banda de jazz comenzaron anoche en Madrid su primera gira europea

La estrella fue él. Una estrella discreta hasta la exageración, que fue arropada por el aplauso incondicional e inusualmente caluroso de un público entregado desde el principio. Woody Allen y su New Orleans Jazz Band llenaron anoche el teatro Monumental de Madrid de una música dulce y alegre, aunque tímida y comedida como quiso mostrarse el protagonista de la noche. Llegó ayer desde Nueva York acompañado por su ex hija adoptiva y actual compañera sentimental, la joven Soon Yi. Hoy actúan en Barcelona. En su primera gira europea visitarán seis países y ofrecerán 18 conciertos. Pasaron la primera prueba con sobresaliente, principalmente a causa de un auditorio dispuesto a perdonarles cualquier imperfección.

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Las 1.700 personas que agotaron las entradas para este primer concierto de la primera gira que realiza Woody Allen con su grupo de jazz eran sencillamente admiradores de sus películas. Muy pocos lo habían escuchado tocar en el Michael's Pub de Nueva York, donde desde hace 25 años acude puntualmente a su cita semanal de los lunes. Ni siquiera se vieron rostros de famosos en un acontecimiento tan sonado como era este concierto. Sólo un trío tan dispar como el de José Luis Perales, José Barrionuevo e Isabel Gemio llamaron la atención fugazmente con su presencia. Llamó la atención que ningún representante del cine español asistiera a ver a una de las figuras más carismáticas del cine norteamericano. Pero la estrella era él, de todas formas, y su brillo entrañable se dejó sentir durante toda la velada.El público era tan heterodoxo como el que no se suele perder ninguna de sus películas. Desde octogenarias hasta púberes imberbes se amontonaban para esperarlo a la puerta, en caso de que entrara por ahí.

Había llegado ayer por la tarde a Madrid, acompañado por Soon Yi, que, aun más discreta que él, se esfumó rápidamente. En su entorno se comentó que quiso ir al Prado, aunque no pudo cumplir su deseo porque la pinatoteca cierra los domingos por la tarde. Ante la frustración, optó por permanecer encerrado en su hotel.

Programa

Dos breves ensayos fueron suficientes para un grupo que, acostumbrado a tocar en casa, no suele preparar un programa. Tampoco lo tenían en este concierto y fueron desgranando de forma improvisada un tema tras otro, guiados por Allen, verdadero centro de la formación, aunque oficialmente la dirija el regordete y bonachón intérprete del banjo, Eddy .Desde la salida al escenario se presintió que el concierto iba a estar presidido por ese calor que sólo se guarda hacia las figuras que, como él, despiertan más simpatía y temura que pasiones desenfrenadas. Un aplauso atronador les dio la bienvenida y a partir de ese momento fueron aplaudidas todas; y cada una de las intervenciones de todos y cada uno de los intérpretes. Vestido con amplio pantalón de pana, camisa azul y corbata, Woody Allen ofrecía la figura con la que todos nos hemos familiarizado a lo largo de su carrera como actor de sus propias películas. Parece que los años no pasan por el director de películas como Toma el dinero y corre, Annie Hall, Manhattan y la más reciente, Poderosa Afrodita, quien no aparenta los 60 años que tiene.

Marcando constantemente el ritmo con el pie y con la mirada en el suelo la mayor parte el tiempo, se notaba que no lo hacía por desairar los continuos aplausos del público, sino para no eclipsar ni siquiera con los agradecimientos a sus compañeros. Las pocas veces que se dirigió al auditorio lo hizo para agradecer esa cálida recepción, disculpándose por no hablar castellano. Se acercó al micrófono rascándose la cabeza como hacía Laurel Hardy y con pinta de despistado. "Lamento no hablar español, pero es que no presté mucha atención en clase cuando me lo enseñaron en la escuela", dijo con el sutil humor que lo caracteriza. Una persona del público no pudo contenerse y le gritó en inglés: "Woody, gracias por venir a Madrid", pero Allen sólo tuvo un gesto a medias, otra vez, para ocupar un segundo plano.

Él volvió a lo suyo y tocó el clarinete absorto toda la noche, hablando solamente con los miembros de su grupo a los que daba instrucciones sobre cuál tema sería el siguiente. Soon Yi siguió gran parte del concierto de pie, a un lado del patio de butacas del Monumental. El público, pendiente del más mínimo de sus gestos, no obtuvo mucho, salvo la pequeña licencia de quien, de tanto mirar al suelo, decidió limpiar fugazmente una manchita en el zapato con un dedo ensalivado.

Tocaba con placer su instrumento, aunque con cautela. No era de esas bandas de dixieland que contagian un irresistible deseo de salir a bailar con ellos. Precavidos y caseros, la New Orleans Jazz Band de Woody Allen no cometió excesos. Entre ellos había una complicidad precaria de quien se conoce mucho, pero es consciente de estar en un ambiente desconocido. Aun así, se dieron todos los elementos como para que se sintieran en casa. Si los largos aplausos que les brindaron al final se expresaran en palabras, dirían: ¡Queremos tanto a Woody Allen!

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