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Tribuna
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El fracaso

Días atrás estuve en una curiosa ceremonia catalana donde todos sonreían. Medio sonreían, más bien, que es la manera siempre desdeñosa, pero siempre vigilante con que aquí el labio se distiende. Presentaban un libro sobre la historia del Gobierno Civil de Barcelona en el siglo XIX y oficiaban autoridades políticas y autoridades científicas: todas con la múja rialleta. Lo fueron diciendo, cada uno según su capacidad, cada uno según su necesidad. Pero el coro resultante era inequívoco: durante un siglo, sólo hubo en el Gobierno Civil barcelonés -estaban diciendo, en realidad, en cualquier Gobierno Civil español- dos tipos de tipos: en uno destacaba la crueldad; en el otro, el analfabetismo. Pásese por alto si eso corresponde a la verdad, si no hubo en tantos años algún liberal pacífico e instruido, un hombre comprometido con su época y con la desgracia de ser español en aquel siglo de perros. Pásese esa duda. Lo crucial era la media sonrisa. Venían a decir aquellas caritas catalanas: "¿Qué podía esperarse de la España podrida, fracasada, que simboliza una de sus instituciones más significativas?". Por supuesto, ninguna de aquellas caritas se atenía a lo esencial, a lo dolorosamente esencial: la incapacidad de Cataluña de responder a ese fracaso, bien fuera alfabetizando al español lerdo, bien fuera separándose, y para siempre, de su destino. Ninguna de aquellas caritas admitía al fin que el fracaso español a la hora de construir un Estado y una Administración modernos era también -y era sobre todo: cuanto más listos, más responsabilidad del listo- el fracaso de Cataluña.

Ahora se anuncia en España una gran mutación. No se sabe qué turno viene: si la crueldad o el analfabetismo. Eso lo dirá luego el tiempo. La mutación tiene muchos responsables. Sobresale la mitja rialleta catalana.

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