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Religioso y laicos en Israel

En no pocas personas pertenecientes al sector religioso-nacionalista y al sector laico de la población de Israel, el asesinato de Rabin despertó la urgente necesidad de renovar el diálogo mutuo. Hubo algo de extraordinario, casi de irracional, en el hecho de que unos días después del traumático asesinato del primer ministro, perpetrado el pasado 4 de noviembre- fuera precisamente la secretaría del Movimiento Paz Ahora la que promoviera el diálogo con el Consejo de Colonos, los opositores más acérrimos a la política dé Rabin, desde cuyo seno actuaron algunos rabinos extremístas que dieron autorización ideológica al asesino. Ciertamente, era un momento dramático para el diálogo, precisamente debido al estado de conmoción en que se encontraban los colonos y al sentimiento de aislamiento del resto del pueblo israelí, que reaccionó con gran consternación y con un profundo sentimiento de luto ante ese asesinato.En cualquier otro país, un paso como el dado por el movimiento pacifista israelí se hubiese considerado estúpido o al menos demasiado cándido e irreflexivo; en todo caso, no rentable desde el punto de vista político. Hubiese sido mejor aprovechar los sentimientos de ira y dolor de las masas populares para pasar una dolorosa factura a la oposición ideológica más acérrima, censurarla, rechazarla y aislarla. Pero precisamente lo que me enorgulleció fue que la gente de mi movimiento superó los sentimientos de enemistad y de ira tras el terrible asesinato y se acercó a sus amargos enemigos, no para estrecharles la mano, sino para hablar de todo, desde el convencimiento de que las palabras ahorran sangre y sufrimientos.

Desde entonces ha habido otras iniciativas de diálogo procedentes de otros grupos políticos de Israel. No obstante, mientras el diálogo político sobre el futuro de los territorios, el posible Estado palestino, el Golán, etcétera, es un diálogo que se agota muy rápidamente (puesto que el éxito del proceso del segundo acuerdo de Oslo, la transferencia de ciudades a manos palestinas y las elecciones palestinas se han convertido en hechos irreversibles incluso para la oposición de derechas), el diálogo laico-religioso pertenece a otra categoría. No sólo porque abarca a los que en parte fueron y siguen siendo la punta de lanza contra el Gobierno,, sino porque es también un diálogo eterno y profundo que trata de las raíces de la identidad de los judíos. Comenzó mucho antes de que se produjera la controversia sobre la cuestión del Gran Israel y continuará mucho tiempo después de que esta controversia se resuelva.

No obstante, quiero trazar aquí algunas de las bases y posibilidades de este diálogo, especialmente entre el grupo liberal-laico y los religiosos nacionalistas. Cuando digo religiosos nacionalistas me refiero principalmente a un grupo del gran segmento religioso formado por diferentes colectivos más o menos ortodoxos. Varios de estos grupos -entre ellos, algunos con representación parlamentaria- viven en el Estado de Israel con un descontento cada vez mayor, que se expresa, entre otras cosas, en el intento de crearse una vida aparte dentro de sus propios barrios. Son gentes religiosas para las que el fortalecimiento cada vez mayor de la laicidad de Israel se debe al desarrollo de la conciencia democrática y a la fuerte insistencia en los derechos civiles o al enorme desarrollo de los medios de comunicación, que aportan directamente a la conciencia del ciudadano un exceso de conocimientos y de cultura mediante decenas de canales. Estos religiosos no pueden ni quieren enfrentarse al mundo moderno, sólo a su parte técnica y funcional, y su actitud hacia el judío laíco recuerda cada vez más la actitud de sus antepasados hacia los católicos, o musulmanes en los países de la diáspora. Es decir, una coexistencia entre dos entidades que no ven ninguna esperanza, no ya de colaboración espiritual, sino ni siquiera de diálogo.

En cambio, los religiosos nacionalistas, que desde el principio del sionísmo quisieron participar activamente, desde su concepción del inundo religiosa y moderada, en el diseño de la nueva realidad israelí y no encerrarse en un gueto, siempre fueron socios activos en el diálogo entre religiosos y laicos, y socios importantes en los hechos que conformaron el sionismo. Tras la Guerra de los Seis Días se apoderó de ellos un delirio de grandeza, y en lugar de ser sólo socios quisieron ser líderes. Ciertamente, la gran mayoría del sector religioso nacionalista ayudó a las actividades de asentamiento en los territorios que fueron conquistados, con la voluntad de hacer realidad con sus actos la anexión progresiva de los mismos a Israel. Los resultados son conocidos: un nacionalismo duro y extremista se apoderó de este grupo, que entró en conflicto con el sector liberal-laico. Y este nacionalismo duro y ensoberbecido, en combinación con los chantajes de los políticos de los grupos religiosos extremistas, que se habían convertido en bisagras para las dos grandes formaciones polítícas -el Partido Laborista y el Likud, dispuestos ambos a aumentar la puja a cambio del apoyo a su coalición-, afianzó entre la población gene ral, y especialmente entre los jóvenes, la hostilidad y el rechazo a los religiosos. Hasta el punto de que hoy día se puede hablar de un síndrome de odio a los religiosos entre los israelíes, a veces in cluso apoyado en imágenes antisemítas.

Ahora, con el afianzamiento del proceso de paz, y especialmente tras el estremecedor asesinato de Rabin, que ha dado a los partidarios de la paz una poderosísima fuerza, los moderados del grupo religioso intentan hacer un examen de conciencia con respecto a su trayectoria. Dicho examen de conciencia no puede realizarse con condiciones y reglas que los laicos pretendan dictarles, sino según los códigos religiosos internos de su propia concepción. Sin embargo, este examen de conciencia se puede valer de la renovación del diálogo entre religiosos y laicos.

¿Cuáles deben ser, en mi opinión, las premisas básicas de este diálogo?.

1. Supremacía de la democracia con respecto a la halajá (ley judaica) con respecto a las decisiones de Estado y políticas que atañen a todos. Es decir, la mayoría democrática no puede forzar al religioso a realizar una transgresión desde el punto de vista religioso ni inipedirle realízar un mandamienlo relacionado con su modo de vida. No obstante, en todo lo relacionado con cuestiones que comprometen al conjunto de los ciudadanos, y especialmente las relacionadas con decisiones de Estado, sólo la mayoría parlamentaria (incluidos los votos de los representantes -árabes) debe determinar la trayectoría que comprometerá a todos. Esta es la clara conclusión sionista de, la vida en común.

El judío de la diáspora podía vivir en toda la pluralidad posible, cada uno según su concepción personal de la identidad judía, no por su gran tolerancia, sino porque no tenía ninguna forma de imponer su opinión a los demás. Este judío es totalmente libre con respecto a los otros judíos, aunque esté subordinado a las decisiones de la mayoría no judía en el marco del país en el que vive. Estado judío significa ante todo la conformídad para aceptar las determinaciones de la mayoría de los ciudadanos, y para un hombre religioso ésta es una aceptación revolucionaria.

2. Hay que reconocer la falta de simetría que existe en las relaciones entre religiosos y laicos. Mientras que a los laicos no les importa en absoluto si un hombre lleva a cabo su modo de vida religioso, siempre y cuando no le impida realizar sus obligaciones ciudadanas y no desposea al laico de su libertad, el religioso puede convencer al laico de cambiar su modo de vida y convertirlo en religioso.

3. Los laicos, incluso aquellos que se ven a sí mismos como totalmente ateos, deben saber que el diálogo con la religión judía es importante para ellos, no por un motivo religioso, sino por un motivo cultural. Debido a que la mayor parte de la historia judía se desarrolló en la diáspora, los judíos no pudieron -al vivir marginados de la sociedadcrearse lugares que fueran sólo para ellos y expresaran su realidad histórica completa. Incluso si aquí y alWdejaron la impronta de su sello en lugares geográficos determinados, las migraciones, tanto aquellas que les fueron impuestas como las que realizaron por propia voluntad, no permitieron preservar estos lugares.

Los judíos vivieron en Polonia durante mil años y llegaron a ser el 10% de la población en ese país, y de todo eso no ha quedado ninguna realidad material excepto algunas lápidas en los cementerios. De la misma forma que el francés realiza su diálogo con el origen de su identidad visitando los castillos del Loira, el italiano los museos de Florencia y el británico las fortalezas y los lugares de las batallas entre los Tudor y los Estuardo, el judío y el israelí que quiera tener un contacto con los códigos internos -éticos, históricos y culturales- de su identidad debe siempre visitar los textos, pues ellos son los únicos que quedaron como testigo de la vida que pasó. Estos textos están recogidos en su mayoría en un fuerte envoltorio religioso, por lo que los religiosos, que tienen un contacto continuo con estos textos, pueden ser buenos mediadores en el diálogo de identidad y cultura.

4. La cuarta premisa se refiere a la exigencia de los laicos de que los religiosos aporten a este diálogo no sólo sus modos de vida, con sus imposiciones a los laicos para poder acercarse a ellos, sino que se atrevan a aportar propuestas nuevas, en el espíritu de la halajá, sobre la dirección de un Estado moderno en toda la riqueza de sus sistemas.

Es decir, intentar dar respuestas religiosas a cuestiones como cuál es el significado de una cárcel israelí, cuál debe ser el subsidio de desempleo, cuáles son los principios éticos que deben regir la venta de annas a otros países, los derechos de las núnorías en el Estado judío, etcétera. Sólo desde la sensación de que los religiosos están dispuestos a desarrollar sus ideas religiosas para el conunto de la- realidad israelí podrán los laicos dar credibilidad a-un diálogo que no viene sólo para arrancarles concesiones, sino para aportarles contenidos.

Si el proceso de paz avanzara realmente al ritmo al que comenzó, sería posible renovar el diálogo espiritual y cultural sin el envenenamiento político que le ha acompañado en estos últimos 20 años. Un diálogo de estas características siempre será complicado y complejo, y no tiene ninguna probabilidad de terminar en una solución sencilla, pero al menos se hará con palabras y no con balas.

A. B. Yehoshúa es escritor israelí.

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