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La noche más golfa

El carnaval en la esquina más transformista de Madrid y en el Círculo de Bellas Artes

Antonio Jiménez Barca

Servía copas con rapidez el sábado por la noche un camarero disfrazado de preservativo en el café Figueroa, y al que le preguntaba le señalaba la escalera con unas pestañas multicolores de seis centímetros de longitud: "Sube, asómate al balcón y verás". En efecto; desde el segundo piso, uno contemplaba con cierta perspectiva el panorama: cientos de personas apretujadas en la esquina de la calle de Augusto Figueroa con Hortaleza asistían a un desfile de carnaval original, homosexual, callejero y espontáneo.El tráfico se inmovilizó; los automovilistas quedaban apresados entre la gente que se subía en broma a los capós y los piropos y las proposiciones del público. Un policía municipal que se atrevió a pedir allí un poco de orden tuvo que emprender la retirada incomprendido y rodeado de exclamaciones capaces de hacer enrojecer a un australopitecus. El desfile -en rigor, el acceso a la entrada del café Figueroa, de ambiente homosexual, de los participantes de un concurso de disfraces- tiene unos años de tradición. Y ciertas claves: además de la entrada con aire de estreno de película de los concursantes, el personal se divierte con las actuaciones que se improvisan en las terrazas cercanas. Al que no le. gustaba ni un pelo todo aquello era a un taxista, que dio corrió pudo la vuelta y se marchó con cara de no entender absolutamente nada de lo que pasa en la ciudad.Todo esto ocurría al filo de las doce de la noche del sábado. Hacía una hora que en el edificio del Círculo de Bellas Artes había empezado el más tradicional baile de máscaras de Madrid. Este año la cosa iba de cárceles, de presos, de policías, de ]ladrones y de mujeres gato. Aunque también hubo quien llegó -el baile acogió unas 3.000 personas-, por ponerejemplo, vestido de guerrero azteca , de Mona Lisa , de Sor -presa-esto es de monja detenida por la policía- o con un helicóptero de cartón en la cabeza. Lo bueno es que todo valió. Y lo mejor, que, en esta fiesta con clase pero no elitista, la gente posee de verdad sentido del humor y ganas ,de creerse su papel. Así, las bromas fueron constantes entre curas y monjas que no se conocían de nada, entre policías y ladrones, que jamás se habían visto, entre magos y estrellas del rock. En la. noche del sábado hubo quien no dijo una sola palabra refiriéndose a su auténtica identidad.

La orquesta interpretó música de toda la vida, y el astronauta bailó con la futbolista,, la bruja manoseó el trasero del detective mientras el sacristán, ginebra en mano, compraba tabaco rubio en la máquina. La mayoría dio por bien empleadas las 6.000 pesetas que costó vivir una noche entera convertido en alguien diferente. El lunes se habrá encargado de volver a recolocar a todos en el personaje de siempre.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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