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Tribuna:Elecciones 3 de marzo
Tribuna
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Las metamorfosis de Franz Psoe

Manuel Rivas

El color pertenece al pasado. Lo saben los buenos fotógrafos, los renovadores directores de cine, y también Steven Spielberg cuando se pone en serio. Y lo sabe Franz Psoe, el cerebro kafkiano de la campaña socialista.Franz Psoe ha conseguido su primer éxito publicístico. Que se hable de su vídeo, aunque sea mal, y que, de paso, se olvide la dichosa producción de serie gore de HB. En el vídeo del PSOE no aparecen psicokillers con serruchos, pero hay un bicho dentro. Es puro mensaka, un huevo duro, estética de realismo sucio, de dalia negra, un contraste rotundo con la plástica edénica y psicodélica del 82. En esta campaña no hay hippies. Además de Carmen Alborch, que es fija de Mamas and the Papas, la única un poco hippy es Cristina Alberdi, la ministra que llegó en autostop a Málaga y que se presenta por California. Pero, como avanzó Aznar y confirmaron los modistas en la Pasarela Cibeles, lo que se lleva en esta campaña es la mujer-mujer, la candidata acosadora, de mucha pierna e instinto básico.

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El PSOE está tumbado boca arriba en la habitación de Kafka. Da la impresión de que no quiere ganar, sino advertir, con ese toque de cinema expresionista, de fotodocumentalismo, en el que Felipe González encarna el bondadoso y orondo antifascista comedor de omelettes a las finas hierbas de Sostiene Pereira y Aznar un austriaco malo de Sonrisas y lágrimas. Dos exageraciones para preparar el terreno. Ésa parece la intención, que la dualidad quede en la retina del electorado para reandar el camino en el futuro.

El gran inconveniente de estas elecciones es que sólo puede ganar uno. El Partido Popular. Los más conspicuos perros guardianes de la opinión pública saludan ya al nuevo presidente. La posibilidad de que los electores no se comporten como es debido, alterando las proporciones ya establecidas, crearía una situación sumamente incómoda. Hay un 12% de indecisos que sí van a votar. Si ese. 12% se inclinara finalmente por los socialistas, llevarían tortazos hasta en el carné de identidad. Serían sucesivamente abroncados por Aznar, por Anguita, por los muy independientes perros guardianes y, probablemente, por el propio PSOE. "¿Cómo nos habéis hecho esto? ¿Es que estáis locos? ¡La que se va a armar ahora! Con lo bien que se estaba en la cama de Kafka".

Pase lo que pase, es el fin de un ciclo y los personajes que lo protagonizaron afrontan su metamorfosis. Así ocurre con Narcís Serra. Ha probado por fin las uvas de la ira y las paladea. Él, paradigma del canciller de terciopelo, un sagaz florentino ninguneado en Madrid, ha descubierto con placer la gestualidad de los duros, el erotismo del estilo canalla, bizquea felino a la cámara y alza el dedo índice en dirección a Álvarez Cascos, " ¡ah, puñetero!", donde quiera que esté ese malvado. Ha mejorado mucho Narcís Serra tras los sopapos en la Corte.

Alfonso Guerra, por el contrario, se ha pasado a la saudade, a la meditación trascendental. Le preguntan por el PSOE y recita un haiku botánico."¿Y dónde va uno con un árbol que sólo tiene ramas? Las ramas son un acompañamiento del tronco, jamás la esencia del árbol". Le preguntan por Felipe y cuenta el cuento de Navidad que Harvey Keitel cuenta en la película Smoke. Le preguntan por Mahler y responde con Bruckner. El viernes, en Vigo, en su primer mitin de campaña, le llamó -a Aznar el innombrable. Nada más. Dicen qu

e estuvo duro. No es cierto. Era el público el, que creía que Guerra estaba duro. Es comprensible. Nadie les ha explicado que Alfonso Guerra, aquel Alfonso Guerra, ya no existe.

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