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Flores y olés en la despedida de Antonio

Unánime homenaje al célebre bailarín que será enterrado hoy en su Sevilla natal

Por última vez subió ayer el bailarín Antonio Ruiz Soler a un escenario, y lo hizo, ya muerto, al recoleto teatro de su estudio de danza donde se expuso su cadáver, vestido con el traje del Zapateado y arropado de las corrientes de aire frío que azotaban. los gruesos muros enladrillados de la calle Coslada, con la capa granate del molinero que usaba en El sombrero de tres picos y que le diseñara, hace muchos años, Muntañola. Antonio, fallecído el lunes a los 74 años, recibió ayer el homenaje de toda la profesión y de multitud de admiradores en Madrid y será enterrado hoy en su Sevilla natal.

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Un museo más que necesario

Poco después de las 11.30 de ayer, y ante la presencia de un reducido grupo de parientes y amigos, el féretro del bailarín sevillano Antonio Ruiz Soler fue alzado hasta las tablas del escenario de su estudio, para quedar colocado en el centro de una escena que contenía la teatralidad solemne que tanto gustaba al artista. La bailarina María Rosa, amiga fidelísima de toda la vida y última custodio del arte coreográfico de Antonio, no pudo contener el llanto mientras Paco Ruiz, ex bailarín también y sobrino del artista, acomodaba con delicadeza la pesada capa roja, que por expresa voluntad de Antonio, debía servirle de sudario.Las hermanas de Antonio Ruiz Soler, algunos bailarines que alcanzaron su maestría bajo su potente sombra y otros amigos personales, eran testigos de la escena mientras afuera, se formaban largas colas con flores sencillas y pañuelos de espontáneos admiradores de antaño. Desde las últimas horas de la mañana de ayer, toda la profesión de la danza desfiló junto a multitud de: admiradores en un último homenaje al que se dió en llamar El bailarín de España. El legendario estudio de la madrileña calle Coslada estaba peculiarmente frío y limpio, con pocos muebles en los rincones, grandes lienzos, murales fotográficos hechos por Gyenes y tapices antiguos; el escenario, como si de un pequeño teatro cortesano del barroco se tratara, con colgaduras y bambalinas rojo oscuro en armonioso juego con el túmulo. Como telón delantero al catafalco, quedaba a medio alzar la vistosa embocadura que pintara Leonor Fini (desaparecida también hace apenas dos semanas) para la obertura de Sonatina, también entonado en granate y evocando a La dama y el unicornio, entre follajes y ramas de estilo gótico.

El desfile de la danza no se hizo esperar. Manuela Vargas llegó muy temprano recordando cuando coincidió con Antonio en el Ballet Nacional de España: -No olvidaré su brío, su encanto... y aquel día de su salida del Ballet, que fue muy triste". Manuela se arrebuja en su amplio abrigo y expresa emocionada: "Aquí hay mucho frío, hoy, porque ésta es también la parte dolorosa del arte, cuando la muerte se acuerda de alguno de los grandes, como Antonio". Víctor Ullate suspendió su vuelo a Bruselas (donde actúa mañana su compañía) para venir hasta el estudio de la calle Coslada: "No podía marcharme sin venir aquí, donde hay recuerdos imborrables de mi vida, de los ensayos que hicimos en este lugar. Antonio ha sido el más grande y sobre todo, el que más nos enseñó".

Por su parte, Ana González, primera bailarina del Ballet Nacional de España recordó: "A veces se asomaba por el ventanuco de su camerino que daba al teatrito donde ensayábamos, y a. nosotras nos temblaban las rodillas. En la compañía estamos remontando su coreografía de El sombrero de tres picos y le evocamos todos los días".

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