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CINE

El gran espectáculo de la inteligencia

Canal + programó hace poco Las cosas de la vida, una de las mágicas conversiones de Claude Sautet -director preciso como un reloj y libre donde los haya, un clásico vivo del cine- de la inteligencia en espectáculo, seguida de Entre dos mujeres, imitación americana de aquella inimitable maravilla europea. Siendo su guión el mismo, la distancia entre ambas es abismal: la misma escritura da lugar en Francia a una obra conmovedora y en California a otra que cuenta lo mismo y no obstante padece la, inanidad de esos engendros esmeradamente producidos -pero artísticamente gatos por liebre- que abundan en la oferta californiana y hemos de tragar al completo (no las buenas películas, que son unas cuantas, sino todas) por orden de su su copo, forrado de color verde dolar, de pantallas.Además de hacer visibles las telarañas que adornan el feo y rastrero rincón del comercio de películas, aquel impagable cotejo mostró (por contraste) la energía y distinción del estilo de Claude Sautet durante su etapa (años setenta) de conquista de la madurez, en la que dio los últimos retoques a la forja de un gran estilo, del que era consciente y le llevó a jugar con los rizos de su dominio de la combinación de imágenes y tiempos, como la secuencia de la muerte de Michel Piccoli, donde dilata los pocos segundos del tiempo real de un accidente mortal en varios minutos de tempo interior del moribundo, prodigio de montaje a la altura de la genial zona de desenlace de Los puentes de Madison.

Nelly y el señor Arnaud

Dirección: Claude Sautet. Guión: Jacques Fieschi y Sautet. Fotografía: J. Robin. Música: Ph. Sarde. Francia, 1995. Intérpretes: Michel Serrault, Emmanuelle Béart, Jean-Hugues Anglade. Madrid: Arlequín (versión doblada), Renoir Plaza de España y Renoir Cuatro Caminos (v. o.).

Traigo aquí este alarde porque hoy, en la etapa de plenitud que ahora vive, Sautet ha vuelto la espalda a estos ejercicios formales, y en Nelly, como les ocurre a los grandes artistas cuando se hacen viejos con las arterias intactas, se deja de juegos de alta y noble retórica y va al grano de las cosas de la vida, al corazón de lo que nos sucede y los comportamientos con que respondemos a ello, con una (complejísima) sencillez, sin detener la mirada en ningún rodeo ornamental, por tentador que sea. Al grano, al puro grano: el hombre y su tarea, en palabras de Cernuda. Los gestos plásticos, por altos que sean sus vuelos, sobran en su rectilínea busca de verdad. Y eso es Nelly, la composición de una verdad (o de una tragedia, es lo mismo) absolutamente contemporánea, es decir: de siempre.

Sautet compone la exquisita y matemática partitura visual que le pide la representación, en total diafanidad, de un enamoramiento irrealizable y en esto Nelly recuerda a Rojo y Los puentes de Madison, otras dos aportaciones recientes al cine clásico entre una mujer de poco más de veinte años y un hombre de setenta y tantos: una muchacha que encara la vida y un viejo que la siente a sus espaldas. Y ambos, al unísono y en sordina, sin ayuda de explicitud y con la elegancia del desprecio al subrayado, perciben la traición de la asincronía de sus respectivos tiempos de vivir, que les impiden un encuentro que saben necesario pero inalcanzable. La escena final, en la que el gran Michel Serrault viaja a un lugar donde no quiere viajar y la maravillosa Emmanuelle Béart se queda en una ciudad en la que no quiere quedarse, es una de las secuencias (puro juego de tiempos: mucho más por tanto que una simple escena) más bellas del cine reciente.

No roza Sautet lo perfecto por un plumazo de cámara, sino por nítidas escalas de imágenes. Así, el doloroso -previsible, pero tan imprescindible que crea libertad. o lo que en esta hay de percepción de la necesidad- desenlace se hace fuente de una reconfortante y húmeda sensación de alegría y acuerdo: reconocimiento de una película (¡por fin otra de esta vieja e inmortal estirpe!) capaz de representar, en medio de un consumo masivo y pestilente de ficciones dedicadas a ocultarlo, lo que de verdad ocurre a la gente de este tiempo, es decir: de cualquier tiempo.

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