Las faenas municipales
El alcalde de Madrid ya le ha hecho algunas faenas al presidente de su partido. Por supuesto, no son intencionadas. Se trata sólo de demostraciones sobre la conocida diferencia entre la prédica y el reparto de trigo.Un día en que José María Aznar anunciaba su generosa política fiscal, José María Álvarez del Manzano subía los impuestos municipales por encima de lo prometido. Cuando el presidente del PP hablaba de contener las deudas públicas, el Ayuntamiento aprobaba el mayor empréstito de su historia. Más adelante, las acusaciones de hermanismos o cuñadismos -nepotismos en general- contra la familia socialista se compaginaban con las oposiciones municipales aprobadas en Madrid por 15 paisanos de Casas de Miravete, el pueblo extremeño del edil de Personal.
Y ahora, la campaña electoral se centrará con justicia en las muchas corruptelas del PSOE; ahora se retocan las leyes para impedir que hasta a un procesado -todavía inocente, pues- reciba concesiones de la Administración... Y ahora al regidor de Madrid no parece importarle haber entregado un ventajoso negocio de 15.000 millones a un empresario que había sido condenado por sobornar al alcalde de Lieja, lo que contraviene el espíritu -cuando no también la letra, que eso lo dirán los jueces- de la Ley de Contratos del Estado. El caso de los chirimbolos continúa acumulando sospechas. Ya aparecieron cuando se conoció que la empresa sólo paga un canon anual de cinco millones por tamaña cesión de las calles para la explotación publicitaria. Pero en estos tiempos la corriente general de opiniones y mentideros sólo alimenta especulaciones dirigidas hacia el PSOE -razones no faltan, por supuesto, y más graves-, mientras los responsables del PP se sienten protegidos por una bula pontificia.Así, no parece tener relevancia que el adjudicatario de los muebles urbanos, Jean Claude Decaux, lograra hace tres años que el entonces alcalde de París, Jacques Chirac, enviase varias cartas a José María Aznar para recomendarle su empresa ante el concurso municipal de Madrid; ni que, un mes antes de la campaña electoral francesa, los chirimbolos de los Campos Elíseos mostrasen gratuitamente la publicidad de un libro escrito por Alain Juppé, hoy primer ministro y entonces brazo derecho de Chirac.
Son pruebas circunstanciales -por tanto, no son pruebas-, pero ni, la acumulación de situaciones extrañas ni las vendas en los ojos favorecen una opinión -benevolente al respecto.
A iniciativa de PSOE e IU, el pleno del Ayuntamiento acordó pedir opinión al Consejo de Estado sobre la validez de la adjudicación a Decaux. Sin embargo, el PP se distrajo y no aportó el documento fundamental para tal dictamen: la sentencia firme que condenó al empresario. Sin ella, el Consejo de Estado no podía construir una opinión solvente.
Podría creerse inocentemente que se trató de un despiste, o que la burocracia municipal no está preparada para conseguir un fallo que ya tenían en su poder los dos grupos de la oposición y que incluso había sido publicado en la prensa. Ahora bien, una vez conocida la frustración del Consejo de Estado, al alcalde no le quedaba otra salida coherente con la limpieza y la transparencia que poner a trabajar a su equipo para que saque oficialmente la sentencia del paradero desconocido.
La actitud contraria invita a sospechar. Y también que José María Álvarez del Manzano negara haber recibido en su día una petición del Consejo de Estado para que le enviase el fallo del tribunal belga. Los documentos le desmienten.
"Usted me permite que sea yo quien sepa lo que se hace en el Ayuntamiento", le contestó a la redactora de EL PAÍS que le preguntó por eso. "Absolutamente nada que se nos haya pedido ha sido denegado", añadió. Pero son demasiadas incongruencias para un caso tan limpio.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.