Mario y el fifisteo
Flanqueado de dignatarios, con la ropa de los días fastos y en el aroma de los perfumes más caros y rancios, Vargas Llosa dijo ante reyes y potentados que va a hacer cuanto esté a su alcance para que el nuevo hogar que le recibe en la Española no academice su trabajo, de creación. El discurso que. leyó a continuación, bien escrito e inteligente como propio de él, no era una pieza de acádemicismo crítico, pero en sus afirmacíones centrales, y bajo el palio de una apología matizadá de Azorín, ondeaba la bandera de un partido literario excluyente, marcial, un poco autoritario y yo diría que tocado por la arbitrariedad.Como el amor de Vargas por Azorín es antiguo y sólida su cultura, no hay que buscar en el discurso de ingreso vanalidad ni ignorancia, tan frecuentes en las opiniones de nuestro ramo (un ejemplo: Andrés Trapiello, que: hace poco sostenía, para glorificar a Baroja y a Galdós, que no hay ni una buena página en toda la obra de Benet, y ninguna idea en la de Valle Inclán, "un señor plano completamente". El benévolo dirá que más que banal y lerdo Trapiello quería tener sus 15 minutos de notoriedad escandalosa, pero ay, también en ese terreno la, peor boutade de Benet o Valle da cien vueltas a cualquier ocurrencia suya, incluso asistido de Baroja y de Galdós). El novelista peruano hizo en la Academia el elogio de la fórma de su admirado escritor, pero a continuación dictó su condena: Azorín fue un gran prosista, un artista en el arte de trascender el periodismo, pero nunca un novelista, ni siquiera un creador de ficciones. Citó en su apoyo Vargas varios títulos novelístiéos (aunque, curiosamente, ninguno de los tres que a mi juicio más destacan en Azorín, El escritor, María Fontán, La isla sin aurora), urdiendo con muy buena retórica su tesis, y. rematándola con esta afirmación: las novelas de Azorín tienen un lugar en la historia de las vanguardias europeas como anticipos del nou veau roman de Robbe-Grillet, Simon o la Duras, "una corriente literaria que fue un monumento al bostezo". Más adelante, sin embargo, el autor de La casa verde admite que esos intentos de Azorín "no dejan de ser innovadores, un hito literario" sólo mutilados por la "fálta de ambición" del alicantino.
Los ingleses utilizan figuradamente el término philistíne, filisteo, para referirse a quienes en el arte y las costumbres rechazan lo nuevo; lo distinto y lo átrevido. No es tampoco el caso del flamante académico, que ha dado ejemplos de riesgo narrativo y distinción verbal en sus mejores obras. Lo que pretende Vargas con su discurso es sustentar la fe en la novela que cree dominante y él mismo ha cultivado con fortuna, pero esquematizando o limitando los campos de expresión de las otras formas de novelar tan sectariamente que casi incurre, en el filisteismo o en un vicio aún peor, y muy español, menospreciar a unos para ensalzar a otros. Sobre bostezos, además, no hay nada escrito; conozco muchos que ven más trepidante La casa de citas de Robbe-Grillet que Lituma en los Andes.
Dice así Vargas que las novelas de Azorín, como las de los franceses del nouveau roman son "más para ser estudiadas que gozadas", una afirmación máximalísta, hueca y estadísticamente falsa. Simplemente, el peruano pretende dar por sentado que hoy la novela sigue aspirando a los grandes deícidios narrativos que él escribe y ha estudiado, en otros, olvidando, según la ya clásica lectura freudiana de Marthe Robert en su Novela de los orígenes y orígenes de la novela, que los novelistas pueden ser esos "bastardos edípicos" (Balzac, Tolstoi, Dickens, grandes héroes fundadores de mundos verosímiles), pero también "niños expósitos" como Cervantes, Novalis, Kafka, príncipes azules de un hermoso y más íntimo imperio, ciego a los hechos pero abierto a la creación de ámbitos y criáturas fuera de lo ordinario. Hay una gran corriente torrencial, omnívora, totalizadora a ella pertenece Vargas Llosa, y en las mejores novelas de la estirpe el lector encuentra una identíficación realista, un apoyo moral, un reflejo afirmativo. Pero afortunadamente ,no todos los mundos novelescos están en ése; él género, a partir precisamente de Cervantes, admite y se enriquece y_ha crecido con los que por convicción o límite escriben pequenas grandes fantasmagorías en el formato de las alusiones, la brando sus palabras como objetos preciosos y pidiendo al lector que no sea meramente observador de un curso fluvial sino buceador de las aguas más turbulentas. Azorín, por ejemplo, que dio un giro sustancial a la novela de ideas con su temprana trilogía de Antonio Azorín, que sí creó personajes complejos y vitales (los dos escritores que forman la unidad dispar de El escritor, la experimentadora de almas María Fontán) y que inició con sus "elipsis en el tiempo, el espacio y el espíritu" o su diseminación de voces narrativas vías de ampliación novelística que, sobre todo entre nosotros, se han tenido por muertas sin nunca haberlas andado.
Babelia
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