Sucesión saudí
EN LOS regímenes autoritarios, las sucesiones. generan siempre incertidumbres políticas, y Arabia Saudí no será una excepción. Lo que otorga un interés añadido a este caso es que el régimen de Riad controla el grifo más caudaloso del petróleo que cada día llega a Occidente. Como régimen autocrático, el saudí está a la cabeza de casi todos ellos y el peculiar sistema de transición de la monarquía wahabí mantenía vivas las expectativas de accceso al trono de hasta media docena de hermanos del soberano. Lo que acaba de hacer el septuagenario rey Fahd es intentar disipar la Incertidumbre y confirmar al príncipe heredero y también septuagenario Abdula como su futuro sucesor al frente de la casa de Saud en detrimento de otras ambiciones, muy en particular las del príncipe Sultán, ministro de Defensa y tercero en la línea de sucesión. La transición que ahora comienza, además de garantizar la estabilidad de tan importante país, debería servir a Occidente para instar al adecentamiento democrático del régimen.Arabia Saudí nada en petróleo, pero no pasa por su mejor momento político y económico. El autoritarismo de su monarquía feudal, desconocedora como pocas de los derechos humanos y muy concretamente de la libertad de expresión, es cuestionado con creciente vigor desde la cárcel y el exilio por una oposición clásica reforzada por el reciente activismo de inspiración islámica de sectores extremistas que enarbolan como bandera la traición a los principios coránicos de los guardianes de los lugares más sagrados del islam y su entrega en brazos de los infieles de Occidente. Un caldo de cultivo potenciador de ese malestar es una situación económica determinada por el discreto precio del crudo y por el oneroso coste de la guerra del Golfo. Abdula se ha apresurado a prometer que su política estará orientada a que las cosas "vuelvan a ser como eran".
El príncipe heredero es un hombre extremadamente conservador, se dice que refractario a Occidente y cultivador de la idea del panarabismo, pero es harto improbable que ello vaya a producir cambios en la consolidada estrategia prooccidental de Arabia Saudí, por mucho que él talante político y personal de su hermano sea más del gusto del Oeste. Riad depende de Estados Unidos, y Washington necesita estabilidad en la región. Prueba de ello es cómo arma a los 100.000 soldados del príncipe Sultán y cómo prepara a los 57.000 hombres de Abdula en la Guardia Nacional, un cuerpo encargado del control de la seguridad interna. Además, el horizonte estratégico, en la zona aparece cada vez más despejado, con Estados Unidos convertido en gran mentor de la paz y ahora mismo anfitrión de los sirios, los grandes amigos de Abdula, en sus negociaciones con los israelíes. Irán e Irak son las bestias pardas de Abdula y a eso nada puede objetar Washington.
Abdula es también un hombre mercurial, aunque se acomoda a la realidad. Antaño era partidario de encarecer el precio del barril del petróleo, pero quienes le han observado de cerca auguran que ésa es una política hoy abandonada. Otra cosa es la mano dura con la disidencia. Ahí no se ha reflejado ningún cambio y la comunidad internacional haría bien en mostrarle que ese cambio es bueno, y hasta necesario, para la continuidad del régimen de los Saud, que Fahd ha querido garantizar con la designación de Abdula. Una vez disipada la incertidumbre de la sucesión, los demás miembros de la numerosa familia real saudí harán piña seguramente tras el heredero.
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