_
_
_
_
Tribuna:TRAVESÍAS
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Mañanas sin periódico

Antonio Muñoz Molina

La mañana del primer día del año es siempre una gran mañana de domingo, la mañana de domingo más tranquila y deshabitada de todas, porque viene después de una noche de sábado que también es la más turbulenta, y además precede al lunes más temible y más largo, el eterno lunes de obligaciones que va a durar un año entero, y que llegará, como los lunes de la infancia, en cuanto empiece a anochecer y se deshaga del todo la sensación perezosa del domingo. No importan los días oficiales de la semana, el 31 de diciembre siempre es sábado, y el 1 de enero siempre es domingo, quizá porque llevamos tan impresa en el alma la circularidad de los siete días lunares que cada uno de ellos nos depara un preciso estado de ánimo. Del mismo modo que la noche del 31 de diciembre es el paroxismo de las noches de sábado, con su fanatización agresiva de juerga alcohólica, de vómitos y cristales rotos, la mañana del 1 de enero es la mañana de domingo en su estado más puro, en su irrealidad de calles vacías en las primeras horas que se prolonga intacta hasta las dos de la tarde, de sol limpio que no alumbra a casi nadie, porque están cerrados todos los portales y echadas las cortinas de todos los dormitorios. Es una mañana de descanso y de tregua, una isla simbólica en los calendarios, pero los símbolos y las palabras están tan arraigadas en nosotros que vemos las cosas a través, de ellos, y la luz del sol es una luz de domingo y no de cualquier otro día, y el azul que tiene el cielo por primera vez al cabo de semanas de lluvia es un definitivo azul dominical. No hay nadie en las calles, ha salido el sol frío de los domingos de invierno y todavía está muy lejos el lunes, el largo lunes de un año entero que empezará a caer sobre nosotros en cuanto se haga de noche. Es un alivio el silencio de la ciudad sin tráfico, por la que sólo caminan dueños tranquilos de perros y algún juerguista solo y espectral que parece haberse extraviado en la luz del día y mira a su alrededor buscando a sus compañeros de parranda, la cara pálida y oscura de barba, la corbata floja, un cigarrillo apagado en la boca.

En el primer día del año uno sale a disfrutar, como quería Borges, de las mañanas, del centro y de la serenidad, pero le falta algo, un atributo de todas las mañanas, y sobre todo de las mañanas de domingo, algo tan básico como el olor matinal del café: nos falta el periódico, y como uno está tan acostumbrado a comprarlo. y leerlo cada mañana su ausencia malogra la perfección de estas horas del día y los quioscos cerrados tener, una antipatía más hostil que la de los bares con las persianas metálicas echadas en los que hoy no se puede tomar un café. Sólo hay tres mañanas cada año en las que no puede comprarse el periódico, y es justo entonces cuando se da uno cuenta de su adicción irremediable, de la dificultad de inaugurar plenamente el día sin esa lectura no siempre atenta ni placentera, pero siempre necesaria, sin la satisfacción de ese hábito que muchas veces se nos antoja tan irracional como el del tabaco.

Yo logré quitarme del tabaco hace años, pero en la mañana del 1 de enero descubro que no podría quitarme del periódico, que lo añoro como cuando me había quedado sin cigarriIllos y no encontraba dónde comprarlos. En el papel del periódico, como en el tabaco o en el café, debe de haber una poderosa sustancia adictiva, un principio químico secreto que explique nuestra dependencia de un hábito a la vez intenso y volátil, porque en realidad no dura mucho más que el de un cigarrillo o el del aroma del café, y suele darnos menos alegrías que disgustos. La mañana empieza con la expectativa del periódico, no de las buenas o las malas noticias, sino del puro acto de comprarlo y abrirlo y de leerlo por la calle o sobre la mesa del desayuno, y sin esa tarea parece que uno no se ha despertado del todo, que no se ha asomado todavía al mundo, como quien se levanta y no abre el balcón para saber cómo es la luz del día.

Así que la mañana sin periódicos, la mañana del 25 de diciembre y la del 1 de enero y la del sábado de semana santa, es una mañana más rara, más quieta y silenciosa, una mañana de quioscos que no muestran su abundancia lujuriante de libros y películas y papel impreso, papel pobre de diario o satinado de revistas y, de fascículos a todo color, sino una clausura desalentadora de chapas de aluminio. Al faltar el periódico es como si el tiempo que él nos trae también hubiera quedado suspendido, como si los hechos públicos hubieran dejado de suceder, cancelados en la unánime vacación del domingo: la ausencia del periódico hace más profundo el silencio del día. Como no podemos leer noticias de infortunios o escándalos parece improbable que éstos hayan ocurrido, y la actualidad, que esta mañana no existe, no puede irritarnos ni asustarnos, ni provocarnos la diaria reacción- de melancolía, de indignación o abatimiento.

Dice Proust que cuando un hombre duerme tiene a su alrededor el hilo de las horas, el orden de los años y el de los mundos, y que al despertarse los consulta instintivamente y lee en un segundo el lugar de la Tierra en el que se halla y el tiempo transcurrido desde que se durmió. Sin el mapa y la brújula del periódico me encuentro un poco perdido en la mañana dominical del primer día del año, pero según pasan las horas y se me amortigua la adicción voy descubriendo las ventajas de esa tregua, de esa calma tan prolongada y dilatada como la de las calles todavía sin tráfico a las dos de la tarde. Está bien que por lo menos tres veces al año la mañana nos suceda sin el sobresalto y el vicio del periódico, sin el ruido delos charlatanes, sin la megalomanía de los soberbios, sin la vacuidad brillante de los espejismos y de las mentiras que se nos suministrarán a diario desde que llegue el lunes y vuelvan a abrirse los quioscos, y se pierda el silencio, e irrumpa de nuevo la riada de la actualidad, tan turbia y furiosa como la del tráfico. Está bien la quietud absoluta de la mañana de domingo, pero uno añora en el fondo la vitalidad confusa de las mañanas laborales, el rumor de las voces humanas en las aceras y en los cafés, de las palabras impresas en su periódico de todos los días.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_