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Crítica:ROCK
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El fantasma de los granujas

De aquella numerosa formación que regocijó al mundo a principios de los años ochenta y que ha continuado como leyenda de culto para todos los amantes de la diversión musical, ya sólo quedan tres de los componentes originales: el guitarrista Matt Murphy, el saxofonista Lou Blue Lou Marini y el trompetista Alán Rubin. Es lícito pensar que, económicamente, pintan los mismos bastos para los músicos de, todo el mundo. Así pues, resulta lógico que esta versión alimenticia de la banda de Jake y Ellwood Blues haya resultado para dar abrigo y algunos billetes a tres extraordinarios músicos que también tienen que comer.El espectáculo de estos Blues Brothers del 95 está confeccionado a la medida de los tres lobos de mar y el sonido del que hacen gala, perfecta simbiosis entre el rock blanco y el soul negro, resuena como un clásico en los oídos de varias generaciones de espectadores que, tal vez conozcan mejor las versiones que la banda hizo de Everybody needs somebody to love, Soul man o Peter Gunn que las de sus intérpretes originales.

The Blues Brothers

Matt Guitar Murphy (guitarras), Lou Marini (saxo), Alan Rubin (trompeta), Birch Jolinson (trombón), Leon Pendarvis (teclados), David Spinoza (guitarra), Eric Voel (bajo), Steve Potts (batería) y Tommy Mc Donnell (voz). Sala Canciller. 2.500 pesetas. Miércoles, 27 de diciembre.

El concierto, fue tremendamente navideño, despreocupado, lúdico. Sonaron los éxitos vibrantes de siempre, con especial brillo de los calientes metales y de los solos de blues a cargo de ambos guitarristas. Eso sí, se echó a faltar la voz tan anunciado Eddie Floyd, que no apareció; otro veterano que ha de esforzarse regularmente en ganarse las lentejas. El grupo exhibió, a cambio, a un gordito y rubio cantante que hacía lo que podía, imitando, las voces de Aykroyd y el difunto Belushil, de los dos a la vez. Pero el público estaba de un talante tan celebrador, que hizo caso omiso de las anunciadas ausencias y se dedicó exclusivamente a disfrutar las 2.500 pesetas que le costó la entrada.

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