El Rey pide unidad frente a ETA
EL TERRORISMO es un asunto desgraciadamente recurrente en los mensajes navideños de don Juan Carlos desde que, hace ahora 20 años, fuera proclamado rey de todos los españoles. La actividad criminal de ETA, iniciada en los tiempos de Franco, se ha ensañado especialmente contra el régimen democrático instaurado tras la muerte del dictador. La inmensa mayoría de sus víctimas lo son de una sociedad que, como bien dice el Rey, "nunca había gozado de un periodo tan largo de convivencia democrática plena, de vigencia completa de los derechos y libertades de los ciudadanos, de reconocimiento y despliegue de la pluralidad cultural e institucional de España".Pero este año la alusión del Monarca a la violencia terrorista estaba más justificada que nunca. Jose María Aldaya, secuestrado por ETA hace hoy 231 días, sigue en poder de la banda terrorista, separado de los suyos y convertido en rehén político al servicio de una estrategia de provocación contra la inmensa mayoría de la sociedad vasca. Y también en las cercanías de estas fiestas ETA ha sumido en el dolor y la desolación a varias familias a las que ha dejado huérfanas de sus seres más queridos. Para, todas, las víctimas del terrorismo tiene el Rey un pensamiento como lo tiene para los que, desde posiciones de concordia, luchan valientemente por la paz. Pero don Juan Carlos da un paso más al señalar el único Camino que puede conducir a la erradicación de la lacra del terrorismo sin riesgo de dar marcha atrás: la unidad de todos, el respeto a las reglas democráticas y la primacía del Estado de derecho. El Rey, de acuerdo con las funciones que la Constitución le atribuye, no puede decir más, pero ya dice bastante- para quien quiera entender y escuchar.
Sin el dramatismo de la violencia terrorista, el paro y la regeneración ética de la vida pública constituyen tambien referencias constantes en los discursos navideños del Rey. Don Juan Carlos eleva el paro al rango de primer problema en la preocupación colectiva. Su solución sólo puede venir, según el Rey, del "más amplio consenso de la sociedad, que incluya a las fuerzas políticas, los empresarios y los trabajadores". El problema de la corrupción y la necesidad de recuperar hábitos de diálogo y de moderación en la vida pública son cuestiones que el Rey aborda con la natural preocupación pero sin alar mismo. Los comportamientos corruptos que lastran la vida pública y privada española no pueden "prevalecer en un régimen democrático", como asegura don Juan Carlos. La justicia, la libertad de expresión y, en general, el correcto funcionamiento' de las instituciones se encargan de que sea así, como se está viendo.
En cualquier caso el Rey subraya que todos los problemas tienen solución en las vías democráticas que ofrece la Constitución. De ahí su llamada a los poderes del Estado, a los políticos, a los líderes sociales y a todos los que tienen alguna relevancia en la vida pública para que no antepongan sus intereses particulares a los generales y valoren la normalidad institucional como el único camino para progresar y consolidar la democracia. Para el Rey, no estaría de más -y lo dice apenas veladamente- que la vida pública española de estos momentos se empapara un poco del espíritu de convivencia que presidió la transición a la democracia como forma de fortalecerla y evitar su deterioro.
En el capítulo internacional, don Juan Carlos no podía dejar de señalar el creciente papel de España en los foros mundiales de decisión y cooperación. El acuerdo de paz sobre Bosnia y los avances de la Unión Europea durante el semestre de la presidencia española hacia Latinoamérica y el Mediterráneo son señalados por el Rey como signos esperanzadores de paz y prosperidad para esas zonas. Pero como sería injusto que los problemas del momento empañaran los logros conseguidos por los españoles en los años de democracia, don Juan Carlos señala explícitamente ese hecho como un elemento capaz de "reafirmar. la confianza de los españoles en sí mismos".
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