Navidad en libertad
Es casi una epifanía, un milagroso regalo de la divinidad. Tras 28 años de ocupación militar israelí, Belén se ha despertado hoy libre. Se vivirán en la ciudad natal de Jesús escenas como las que pude ver la semana pasada en Nablús: mujeres coreando alborozados yuyus; muchachos bailando, trenzados en un círculo, canciones alusivas al watan, la patria palestina, y su líder, Abu Amar; endomingados niños y niñas ondeando banderitas con las franjas horizontales negra, blanca y verde y el triángulo rojo; vendedores ambulantes pregonando altramuces, garbanzos, cacahuetes, café y té; colas de gente deseosa de presentar sus respetos a los vicarios en la ciudad de la Autoridad Nacional Palestina; policías recién llegados de Gaza exhibiendo ante sus compatriotas sus flamantes y múlfiples uniformes: azul claro, azul oscuro, pardo, verde oliva, verde de camuflaje...Este diciembre de la libertad está siendo en Cisjordania muy lluvioso, como si, tras varios años de sequía, el cielo quisiera sumarse a la fiesta de la tierra. La mañana que siguió a la liberación de Nablús una muchedumbre se desplazó bajo un impresionante aguacero a visitar el edificio de la que había sido prisión israelí en la localidad. La muchedumbre superó sin problemas las ya inútiles barreras de alambre de espino y recorrió estupefacta de gozo, el laberinto de patios, pasillos y celdas colectivas o de castigo. Era toda una excursión a la cueva del lobo o el castillo de la bruja, pero sin el menor riesgo de toparse de bruces con el lobo o la bruja. En uno de los patios, calado hasta los huesos, Walid, un joven policía en uniforme azul claro, enseñaba a unos chebab el manejo del Kaláshnikov. Uno de ellos, con kefieh al cuello y cazadora de Schwarzenegger en Terminator, fue autorizado a efectuar un disparo al aire. Dos días después, Abu Amar, es decir, Arafat, viajó en helicóptero desde Gaza a Nablús, se subió al techo de la cárcel israelí y prometió un Estado palestino con capital en Jerusalén. ¡Qué extraordinario recorrido el de este ingeniero desde que en 1958 fundara Fatah! Combatiendo al mismo tiempo al Ejército y los servicios secretos israelíes y a las dictaduras árabes que han intentado eliminarle o dictarle su política, Arafat ha ido maniobrando de derrota en derrota hasta esa espléndida victoria que le permite subirse al techo de la cárcel de Nablús y poder anunciar que esta Nochebuena la pasará en Belén.
"¿Pueblo palestino? Eso nunca ha existido", decía en los años sesenta Golda Meir. Para la primera ministra y la mayoría de los israelíes, los palestinos eran árabes en el sentido más genérico del término o habitantes de los territorios, gente, en cualquier caso, desprovista de señas colectivas de identidad. Así seguían las cosas cuando en 1987, también en diciembre, los niños y adolescentes de Gaza y Cisjordania tomaron el relevo de los fedai en el exilio y se liaron a pedradas con los invencibles soldados del Tsahal. La Intifada planteó a los israelíes la siguiente alternativa: mantener permanentemente la sangrienta ocupación militar de Gaza y Cisjordania o establecer algún tipo de coexistencia con un pueblo que, con el mismo coraje que ellos, se había forjado una identidad nacional. A Rabin terminaría costándole la vida optar por la segunda opción y firmar lo que Arafat llama "the peace of de braves", la paz de los valientes.
"He venido con una rama de olivo en una mano y un fusil en la otra", dijo Arafat en 1974 ante la Asamblea General de la ONU. Este diciembre la rama de olivo florece en Cisjordania. Cierto es que las ciudades palestinas liberadas son una especie de bantustanes en un territorio en que los soldados de Israel controlan las fronteras y las carreteras principales, mantienen sus campamentos en lo alto de las colinas estratégicas y custodian las muchas y muy pobladas colonias de extremistas judíos. Cierto es que su porvenir económico y social es sombrío. Cierto es que los integristas de Hamás han anunciado que boicotearán las elecciones palestinas del próximo 20 de enero. Cierto es que la rama de olivo de la paz es siempre endeble en Oriente Próximo. Pero que le quiten lo bailado a los vecinos de Nablús y Belén. La libertad, por vigilada que sea, es el mejor regalo de Navidad.
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