Cena tribal

LA MULTITUDINARIA cena celebrada el lunes en torno al ex ministro Barrionuevo era algo más que una reunión de amigos. Por el momento en que se celebró, por la personalidad de los comensales, por los mensajes que la precedieron y los que allí nacieron, se trató de un acto político, y como tal debe ser analizado.En ese sentido, la intención subjetiva de convocantes y asistentes es menos relevante que su proyección pública. Tal vez se trataba sólo de acompañar en su tribulación a un amigo en dificultades, pero coincide que ese amigo debe responder ante los tribunales de hechos delictivos muy graves y que entre los asistentes figuraban varios ministros y dirigentes del partido del Gobierno. ¿Cómo evitar la impresión de que los asistentes estaban presionando, o al menos impresionando, a los jueces en cuyas manos está el destino de Barrionuevo? Y sobre todo, ¿cómo evitar la sospecha de que se quiere obligar a los votantes a convalidar los hechos que se imputan al ex ministro del Interior?

Los socialistas han denunciado con frecuencia los "juicios paralelos" -y las condenas por adelantado- de que han sido víctimas en relación con diversos asuntos con dimensión a la vez jurídica y política. No les faltaba razón. Pero los mismos motivos aconsejarían ahora evitar interferencias en la acción judicial o exculpaciones por adelantado.

El mensaje deslizado en vísperas del acto del lunes ha sido que Barrionuevo fue un excelente ministro del Interior que combatió el terrorismo desde la más estricta legalidad. Eso es algo que habrán de dilucidar los jueces, no los comensales y ni siquiera los votantes. Que este tipo de mensajes los transmita un particular, amigo o no de José Barrionuevo, puede entenderse. Que emane de dirigentes políticos responsables es inquietante. Felipe González ha dicho repetidamente: "Dejemos que los jueces hagan su trabajo". Aplíquense este principio los asistentes a la cena.