Un paisaje sin alma

El refugio en las formas no es para Juan Carlos García un ejercicio ni una demostración de los procesos, sino la evidencia de una falta manifiesta de qué decir, de sustancia, de alma. Y tampoco es que las formas. expuestas deslumbren por su acabado o su belleza, lo que ya sería un alivio. Nada de eso. La coreografía -y su entorno- resultan un collage agobiante y estridente (por lo que se oye y lo que se ve) de escenas más o menos articuladas en torno a la desesperación, a un ansia, a unas dependencias que estimulen la acción.Moving landscape (¿no habrá manera de decir en catalán o castellano -lenguas tan ricas- esto mismo?) se parece demasiado en los recursos a varios trabajos ajenos y anteriores, a multitud de pautas estéticas foráneas y en verdad tangenciales a la danza española actual (Linke, Bausch, Forsythe), siendo una pena que poco o nada quede de aquel maravilloso espíritu de Lanónima onginal, su plasticidad de evoluciones y aquella su fuerza llena de un cierto narcisimo lírico.

Irritación

No se llega a entender tampoco si el uso del término moving va por lo de cambiante, inestable, o por lo de conmovedor. La verdad es que el espectáculo irrita más que conmueve. Su petulancia y falta de pudor escénico (no de un puritanismo mal entendido, sino de una ética para con el espectador), aquel deseo de ir dictando docta lección y arreglando el mundo por donde se pasa (o donde se mandan emisarios, pues el coreógrafo ni se dignó aparecer por Madridpara el estreno) le quita credibilidad.

Los intérpretes, poco convincentes en lo musical aunque preparados en el músculo, se esfuerzan honestamente a fondo por dar aliento a la obra, que fue recibida tibiamente por el escaso público asistente.