4º B (extracto)
Piiiiiii, el eco del timbre le sobresaltó al apartar el dedo del botón metálico. Casi de inmediato respondió una voz de mujer:-Dígame.
Mierda, pensé, me he equivocado ... aun así dijo para disimular:
-¿Está Rafa?
-No, aquí no hay ningún Rafa ...
-¿Y usted no sabrá qué letra es, un chico joven que vive solo?
-No, lo siento.
La señora colgó antes de que le pudiera dar las gracias. Se dio la vuelta observando la calle repleta de coches, motos y jóvenes en actitud de juerga que se desparramaban desde los bares a las aceras. No tenía ni idea de cuál de las otras tres letras sería. Lo del cuarto se le había quedado grabado, pero probó con la A. Piii, esta vez fue más tímida al llamar. No hubo respuesta. Se estaba poniendo nerviosa. Miró hacia atrás a ver si llegaba algún vecino a salvarla. Nada, todo el mundo tenía claro su destino nocturno, menos ella, para variar. Se decidió por la B mientras le asaltaba la duda de que ya la había pulsado antes. Piii. Se iba a alejar por si acaso contestaba otra vez la mujer cuando sonó una voz de chico.
-¿Sí?
-¿Rafa?
-No está, pero sube, que te abro.
(Ella sube. El chico se presenta como Borja, el hermano de Rafa. Ella no sabia que Rafa tuviera un hermano)
Él no le quitaba los ojos de encima mientras hablaba, y su mirada dotaba las palabras de un extraño magnetismo, como si hubieran sido concebidas sólo para ella. Sintió que se sonrojaba. Él siguió hablando, contándole su infancia en la capital y cómo la ciudad había acabado por angustiarle. Se sentía oprimido, le confesó, y ella lo comprendió perfectamente. La charla fluía sin esfuerzo y él seguía cautivándola con su mirada.
-¿Tú no vas a salir?
-Buf -suspiró desganado-, he quedado, pero no hay prisa.
Tomaron otra birra y siguieron charlando. Puso más música, otro grupo vasco, y ella se fue relajando, olvidando dónde estaba y que debería haberse marchado ya a la fiesta. Cuando había perdido por completo la noción del tiempo y las cervezas le ayudaban a sentirse plenamente a gusto, él se levantó de un salto.
-Pero qué hacemos aquí un viernes noche, vamos a la calle, Pat. ¿Te importa que te llame Pat? Venga, te voy a llevar a un garito chulísimo, y a mi hermano que le den...
Su decisión, tan repentina, la pilló por sorpresa, pero accedió, porque no quería separarse de él. Al ponerse el abrigo un dulce cosquilleo le recorrió las entrañas y se sonrió excitada. En el portal, una pareja ni se inmutó cuando abrieron la cancela. De un brinco, Borja esquivó a los enamorados y le ofreció la mano para saltar, sin soltar la suya después. El gesto fue de lo más natural. Antes de llegar a la esquina pasaron otro portal, con una verja muy parecida, pero con garaje. Lo reconoció al instante. Recorrió con la vista los balcones del cuarto piso. Dos estaban oscuros y en los demás había luz. Dudé, pero sólo un instante. Cuando los ojos, ya familiares, se volvieron hacia ellos apretó la mano huesuda y decidió que las explicaciones vendrían más tarde. La noche aún era joven.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.