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Tribuna
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Mala suerte

-No se desespere. Al fin y al cabo, esto sucede todos los días. Ánimo.El doctor esbozó una sonrisilla que pretendía ser afectuosa y me dio un golpecito en la espalda. Me acababa de diagnosticar un cáncer terminal, de ésos de pulmón. A mí, que no he fumado ni en la mili.

"También es mala suerte", me dije mientras abandonaba el Provincial y la noche comenzaba a cernirse sobre Madrid.

Caminé hasta la plaza de Chueca sorteando algunos yonquis, y no sé si fue porque todos iban en chándal, pero me parecieron gozar de más salud que yo.

"También es mala suerte", volví a pensar. Entré en un bareto de vermús y me pedí siete . El camarero me miraba como si estuviera loco.

"Tampoco es para tanto", pensé, "hay gente que hace cosas más raras y está como un clavel".

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Algo aturdido, pero con un furor interno que iba in crescendo, bajé hasta Malasaña. El Ayuntamiento se había propuesto proporcionarle a los vecinos "el sabor de la aventura", y tuve que sortear peligrosas zanjas hasta llegar a la plaza.

-¿Sabes si el caballo es bueno para el cáncer? -dije.

El negrata me miré confundido. No quise preguntarle más, porque sé que esta gente se mosquea enseguida, así que, le entregué mil duros y me llevé dos bolsitas con algo que parecía tierra.

Estaba decidido a arrasar Madrid. Hacer algo realmente fuerte. Paré un taxi y fui a un sitio de ésos donde van las viejas a bailar. Música de ayer, hoy y siempre, rezaba el cartel. Me acodé en la barra y pedí cuatro gin-tonics. Al ver que el barman se sorprendía, me volví y señalé a tres sexagenarias que se balanceaban entre risas al ritmo del Tico-tico. Ante el estupor del camarero, agradecieron la invitación, y bailé con ellas un buen rato, compartiendo cigarrillos manchados de carmín mientras hablábamos del Inserso y del universo.

-¿A qué te dedicas? -me preguntó por fin una de ellas.-Tengo un cáncer terminal y me voy a morir -le contesté sincero.

Aquello debió parecerle de mal gusto, porque al rato, vi cómo se dirigía al encargado señalándome, y opté por escabullirme a toda prisa de allí.

Estaba como poseído. Mi equipo iba a ganar la Liga, pero yo no estaría presente cuando tan gran acontecimiento tuviera lugar. "También es mala suerte, dije en mitad de la Gran Vía, en voz alta sin querer. A mi lado, una anciana que recogía cartones masculló algo acerca de la suerte, y sentí deseos de patearle la cabeza, pero me contuve porque nunca he tenido mal corazón y además observé que estaba resfriada.

-Tome, abuela. Esto es muy bueno para el constipado. Son vitaminas -y le regalé las bolsitas que había comprado antes. Me alejé despacio mientras me bendecía y añadía el caballo a un cartón de vino.

De camino hacia Sol divisé a un individuo cejijunto que, apartado en una esquina de la FNAC, vendía navajas de considerable tamaño.

-¿Cuánto valenT

-¿Cuáles quiere?

-Las más grandes.

Compré cuatro, aunque tuve que regatear en el precio, porque estos inmigrantes a la que te ven inseguro o necesitado se crecen y ya no respetan nada. Vi a un grupo de niños con gorras de Papá Noel que subían por Preciados chillando y dándose empujones. Les regalé una a cada uno, diciéndoles, que tuvieran cuidado: afortunadamente, los críos siempre hacen lo contrario de lo que se les dice.Caminaba ligero, y casi sin darme cuenta me encontré bajando por Cuchilleros, de cuyos mesones salían y entraban jóvenes ebrios que se pasaban minis de plástico mientras fumaban y rompían papeleras. Siempre he sido un defensor de la juventud, por su arrogancia y vitalidad. Al fin y al cabo, son el futuro. Así, sin pensármelo, me acerqué a un grupo y les mostré una caja de barbitúricos que siempre tiene mi madre en casa por si las moscas.

-¿Qué es eso? -preguntó un chavalín rapado con flequillo de Tintín.

-Éxtasis de Ibiza.

-¿A cuánto?

-Gratis, tíos. Es Navidad.

Cuando me marchaba, oí que me vitoreaban como si fuera un cantante famoso o, un futbolista. Tras cinco o seis vermús y dos tirones de bolso decidí descansar un poco. Además tenía hambre. Entré en un Hogar de Sopa para pobres que hay en Bailén en busca de algo de calor; debió parecerme poco, porque al rato y en un descuido de una de las monjas prendí fuego al local, y creo que ardió por completo. Aunque de esto último no me acuerdo muy bien.

Para entonces ya eran casi las cuatro de la mañana y decenas de agentes municipales me buscaban, alarmados por las denuncias que se iban sucediendo a mi paso. Cuando a eso de las cinco menos cuarto me encontraba apedreando una tienda de peluches, fui localizado por un coche patrulla.

"También es mala suerte", dije en voz baja, y me dejé detener sin oponer resistencia.

Han pasado dos meses. Escribo esto desde Carabanchel, pero no desde una celda. Me han traído al psiquiátrico, y, aunque piensan que estoy majara, me han dicho que no tengo cáncer, sino una ligera infección broncorrespiratoria. Lo que más me fastidia es que hoy es la final de Liga, la vamos a ganar y no podré verla, porque dicen que a los locos nos influye muy negativamente la tele y se han llevado la que tenía en la habitación.

También es mala suerte.

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