Equilibrios de Juppé
LO ÚNICO que parece sostener en su cargo al primer ministro francés, Alain Júppé, es, paradójicamente, su incapacidad de acabar con la revuelta que, contra su política económica, ha sacudido a toda Francia. Al presidente Chirac parece no quedarle otro remedio qué mantener a su colaborador, al menos en tanto que se dirime la batalla. La raíz inmediata de la pugna política y social se halla en un plan concebido como cura de caballo para limitar los gastos de la generosa Seguridad Social francesa, allegar recursos vía nuevos impuestos y reducir, en general, el gasto público para salvar todo lo que se pueda del Estado de bienestar francés.Ante esa necesidad ineludible, pero servida a destiempo por un plan que, debía haber sido puesto en práctica de manera mucho más gradual y mucho antes la ciudadanía ha ocupado la calle y semiparalizado el país, en una revuelta contra la modernización por la vía salvaje y los costos evidentes de mantener a Francia a la cabeza de la construcción europea; o, lo que es lo mismo, ahorrar como sea para. cumplir las directrices de Maastricht y que Alemania no se` quede sola como único gran Estado europeo capaz de poner en orden sus finanzas en el horizonte de la moneda única.
Esta es, por tanto, la última línea de razonamiento para entender el revuelo, francés, el combate, algo agónico, de Francia por estar en la primera línea de una Europa que es verdad, sin ella en vanguardia no tendría ningún sentido.
Juppé, acorralado, vive al día confiando en el milagro de la cumbre social con las fuerzas sindicales de la semana próxima; los sindicatos, que más que dirigir la revuelta se están poniendo al frente, sienten el éxito al alcance de la mano y no parecen dispuestos a conceder ninguna de las previsiones esenciales del plan, y el país, en su conjunto se interroga con desazón sobre un futuro europeo que no termina de entender y que a corto plazo percibe como el causante último de los anunciados recortes.
La contienda ha alcanzado tal grado de encono que ya no se vislumbra ningún final bueno. La retirada o modificación sustancial del Plan Juppé desautoriza no sólo al Gobierno, sino a la presidencia, hoy ya tan desmejorada, sin contar con que eso sólo aplaza un ajuste de cuentas que Francia tendrá un día que hacer consigo misma, con o sin el pretexto de Maastricht; su mantenimiento, incluso con otro primer ministro, dejaría, por otra parte, huellas imborrables en la opinión pública, de las que la versión de Chirac de la V República difícilmente se, repondría a medio plazo.
Esto no es Mayo del 68, puesto que quienes se movilizan no proponen nada nuevo, sino que defienden el mantenimiento a ultranza de lo establecido. Es más bien un estertor ante la comprobación de que modernidad y Europa son un montón de facturas que pagar en tiempos de vacas flacas. En la agitación francesa, por añadidura, se debate ante todo el continente la gran cuestión dejos próximos años: el coste de la convergencia europea. Pero ¿hay quien tenga algo mejor que ofrecer, incluso sin mentar a Europa?
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