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La protesta social bate marcas en Francia

Enric González

Más de un millón de franceses, probablemente millón y medio, dos millones según los sindicatos, salieron ayer a la calle para manifestarse de nuevo. Fueron más numerosos que nunca. En Marsella fue lo nunca visto. El plan de reforma de la Seguridad Social y el primer ministro, Alain Juppé, sufrieron otra vez el embate de una protesta masiva y sólo explicable por un malestar social profundo y de consecuencias imprevisibles. La retirada de Juppé en todos sus otros planes de reforma -sistema de pensiones y Sociedad Nacional de Ferrocarriles (SNCF), principalmente- no bastó para desbloquear la insólita crisis que desde hace 21 días atenaza al país. La huelga sigue, y para el sábado está convocada una séptima "jornada de lucha".

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En una situación normal, Alain Juppé habría caído ya. Su futuro, en cualquier caso, aparece muy incierto. Pero el primer ministro acudió ayer a la Asamblea Nacional, para defenderse con ánimo combativo frente a los pocos diputados socialistas contra la segunda moción de censura presentada por la izquierda, que fue derrotada anoche, como era previsible, por amplio margen gracias al dominio de la actual mayoría. Pero el primer ministro tuvo palabras cada vez más dulces para los sindicatos y para los franceses.Antes de que la gran mayoría conservadora rechazara la censura, igual que ocurrió con la presentada la semana anterior, Juppé reconoció que existía "una inquietud profunda en Francia" y que ésta no se limitaba al sector público. "El miedo al paro está en la raíz de todo", dijo el jefe del Gobierno en su intervención parlamentaria. Juppé afirmó que había "comprendido a los franceses" e, insistiendo en que mantendría su plan de reforma, matizó que lo aplicaría "de forma gradual y concertada".

Era necesario dialogar, lo que no hizo en los anteriores siete meses, y para eso había convocado "la cumbre social, cuya primera reunión debería celebrarse la semana próxima". La cumbre, todavía sin temario concreto, debía centrarse en el problema del empleo, "con todos los aspectos que lo rodean, como el paro juvenil y la reducción o distribución del tiempo de trabajo", manifestó el primer ministro.

Juppé asume las propuestas

El jefe del Gobierno asumió, casi literalmente, las propuestas de la sindicalista moderada Nicole Notat, secretaria de la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT), favorable a la reforma de la Seguridad Social y agredida en la primera de las seis jornadas de manifestaciones realizadas hasta ayer.La estrategia de Juppé parecía clara: impulsar la cumbre social con el doble objetivo de reforzar a los sindicatos moderados y de canjear concesiones de importancia -reducción de la jornada laboral, por ejemplo- por la supervivencia de su plan y de sí mismo.

Pero la calle, que ha recuperado su viejo protagonismo en la política francesa, es de Louis Viannet, el líder de la Confederación General del Trabajo (CGT, procomunista), y de Marc Blondel, líder de Fuerza Obrera (FO, prosocialista).

Viannet era considerado un hombre del pasado y Blondel era altamente impopular por su estilo caciquil, su facilidad para congraciarse con los presidentes (saltó ágilmente del tren de Mitterrand al de Chirac) y, sobre todo, porque su organización, implantada casi exclusivamente en el sector público, sobrevivía gracias a su control sobre las cajas de la Seguridad Social.

Cuando FO se opone a toda reforma de la protección social no sólo defiende, por tanto, intereses generales. Con todos sus defectos y con los del sindicalismo francés, débil, más eficaz en el espasmo reivindicativo que en la negociación constante, poco presente en la empresa privada., Viannet y Blondel han logrado sintonizar con el ánimo de muchos franceses. Las manifestaciones y las huelgas les han hecho fuertes, y están en condiciones de poder convertir la proyectada cumbre en una caja de Pandora.

Juppé convocó la concertación como una huida hacia adelante, pensando que desactivaría la tensión. Pero, de momento, no ha sido así. La patronal carga, con las pérdidas del largo conflicto social y, con una nueva recesión europea en puertas, no está de ánimo para concesiones.

El resultado de la cumbre con los sindicatos es un enigma. Viannet y Blondel , alentados por el fenomenal éxito dé ayer, convocaron una nueva jornada de manifestaciones y protestas para el sábado.

Los otros sindicatos se descolgaron, quedaron solos FO y CGT. En ambos sindicatos se opinaba que la huelga estaba "instalada" y que, caso de desconvocarla, podría seguir con coordinadoras improvisadas al frente. "Lo que exigimos es claro: que se retire el plan de reforma de la Seguridad Social. Después, sin imposiciones previas, negociaremos sobre lo que haga falta", dijo Viannet. "íQue Juppé escuche de una vez el clamor de la calle!", exclamó Blondel.

Mientras los dos sindicalistas preparaban nuevas acciones, Juppé imploraba desde el Parlamento que los huelguistas volvieran al trabajo: "En estas fechas, con el daño que se ha hecho a la economía y con los obstáculos que se han despejado ya, habría que dar por cerrada esta crisis".

Con casi 100.000 personas marchando en París, con 120.000 en Marsella, con 60.000 en Burdeos, con 40.000 en Le Havre (uno de cada 10 habitantes), con 10.000 en el suburbio lyonés de Roanne (uno de cada cuatro habitantes), la situación. fue ayer "lo nunca visto", según reconoció la propia policía.

Las vías férreas siguieron desiertas, no hubo transporte urbano, pararon cuatro de cada 10 funcionarios ministeriales y el 60% de los profesores de enseñanza primaria y secundaria y los aeropuertos fueron un caos por la huelga del personal de tierra y la más débil de los controladores. Los basureros de Burdeos y Toulouse no sólo siguieron con su huelga, sino que cargaron la basura acumulada por todas partes y la derramaron en pleno centro urbano. La crisis francesa podría desvanecerse por cansancio, pero podría igualmente acabar siendo un vendaval.

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